domingo, 15 de noviembre de 2009

Lanchas en la Bahia Manuel Rojas, aca les dejo algo espero les sirva

lanchas enla bahia
A Eugenio lo acababan de ir a dejar mar a dentro, frente al malecón, a los faluchos cargados, donde debía cuidar y vigilarlos toda la noche, ese era su trabajo. Durante la noche trataba de no dormirse ya que si esto ocurría podía ser fondeado por los piratas o despedido del empleo. La primera noche la paso sin problemas, siguiendo las indicaciones. Poco a poco Eugenio se acostumbro al trabajo, tanto que se atrevía a dormir.
…Un día, ya había amanecido y la lancha ya había ido a buscar a Eugenio al falucho para llevarlo a tierra ya que su jornada de trabajo había terminado, Eugenio se había quedado dormido, y el jefe lo había sorprendido. Al llegar a tierra, Eugenio se encamino hacia la casa de Miguel pensando que lo único que quería era dormir y dormir... esta era una habitación muy pobre con solo una cama de dos plazas. Al llegar allí durmió toda la mañana hasta las 6, de ahí comió algo y salió a recorrer, llego hasta el muelle y siguió caminando por las calles como si nada pasara, camino bastante hasta que llego a ver de nuevo el mar, y como despertándolo de un sueño apareció su jefe entregándole un sobre y diciéndole que la compañía había decidido despedirlo.
…..Al conocer a Alejandro que era capataz de la Casa W. y cia, este le ofreció trabajo a Eugenio pero con la condición que debía hacerse socio del sindicato de trabajadores industriales del mundo, ya que todos los que pertenecían a su cuadrilla de trabajadores debían ser socios de este sindicato. Al día siguiente junto a Alejandro embarcaron en el remolcador de la W. y cia, ya era un obrero más del mar. A bordo el capataz le presento a otro camarada de trabajo, este era el Rucio del norte, este lo ayudo respecto al trabajo, cuando fue necesario le enseño como debía hacerlo tratándolo amablemente y llamándolo "compañerito" debido a su corta edad.
…...Un sábado, el Rucio le hizo una proposición a Eugenio, se juntaron en la noche, muy bien presentados ambos, afeitados, limpios y de trajes. Se encaminaron a comer primero, luego se echaron a caminar por las calles del puerto, donde andaba mucha gente pero que pronto era absorbida por las cantinas. Caminaron sin rumbo, hasta llegar a la Plaza Echaurren algunos hombres y mujeres vagaban por ahí. Eugenio tenía mucha curiosidad de lo que pasaría o a donde irían, a veces tuvo ganas de despedirse e irse pero su deseo no fue tan grande. Atravesaron una calle en la cual al acercarse aun mas notaron grupos de mujeres y hombre. Mujeres que se paseaban con sus tacones como si quisieran llamar la atención. Siguieron caminando hasta llegar a una calle, era La Subida Clave, aquí estaba la feria de la prostitución porteña, era la feria pobre. Comenzaron a ascender por allí, y una mujer se le acerco a Eugenio y lo invito a entrar a su casa, Eugenio asustado la rechazo, mientras esta le insistía el Rucio le dijo ¡Eugenio vamos!
…Abandonaron la subida clave y siguieron caminando. Allí donde llegaron había también mujeres y hombres al interior de las casas. Entraron en una casa humilde, en ese momento como cinco mueres corrieron a abrazar y a besar al Rucio, este fue a saludar a una vieja que estaba allí sentada, esta era doña josefina, madre de las mujeres de allí, y luego para seguir disfrutando del trago, del baile y de las mujeres. Eugenio por otro lado estaba tranquilo y se le acerco una de las mujeres, esta era Yolanda, con la cual estuvo toda la noche, sabia que esta mujer era una prostituta pero el no las diferenciaba de las otras mujeres. Ya era tarde, Eugenio fue a dejar a su casa al Rucio y este luego volvió a la casa. Desde ese momento, visito con frecuencia a Yolanda, por la cual se sintió atraído y más tarde enamorado. Eugenio pensaba en lo que podía hacer ella cuando el no estaba en la casa, con quien podía estar, y eso lo inquietaba.
…..El Rucio se había convertido en el confidente y amigo de Eugenio, y este en una ocasión le contó que quería sacar a Yolanda de esa casa y llevársela con el. Una tarde en que Eugenio entro en la habitación de Yolanda se encontró que esta estaba con otro hombre, y que más encima este le traía regalos. Estaban conversando, Yolanda invito a Eugenio a sentarse junto a ella, pero este no quiso. Se quedo escuchando un rato la conversación y se fue enfurecido. Llego donde el Rucio y le contó lo sucedido, este lo miro extrañado, ya no era el jovencito que conoció una mañana a bordo del remolcador, lo veía mas grande, y lo abrazo. Eugenio le pidió que lo acompañara a la noche a la casa, quería arreglar este asunto. Al llegar habían tres hombres bailando al centro, entre esos estaba aquel hombre que había pillado con su mujer, el vaporino, entonces Eugenio le dijo que había algo que debían resolver los dos. Empezó la pelea, se golpearon, Eugenio dejo sangrando al vaporino, Yolanda gritaba, dos policías llegaron por los gritos de esta mujer y Eugenio fue detenido. Paso 60 días en la cárcel, en los cuales Yolanda fue dos veces a verlo y no dejaba de llorar, el Rucio y Alejandro también lo iban a ver llevándole ropa limpia, café, y azúcar. Al salir de la cárcel, se dirigió a la casa donde vivía Alejandro, y apareció una viejita, Doña Josefina, la cual le paso la llave de la casa, entro, miro, todo estaba igual a antes de irse, se lavo, se cambio de ropa y salió, se dirigió al muelle, pregunto por sus camaradas y le informaron que trabajaban para "El Imperial", pero llegaron en seguida, Eugenio les pregunto por Yolanda, y el Rucio le dijo que se había ido de aquella casa pero que no sabia para donde, entonces en ese momento, Eugenio se dio cuenta que realmente no estaba enamorado de ella y que no la quería.
.. Le contaron también que se iban en el imperial a freír monos al guayaquil, y que al día siguiente zarpaban, así que lo invitaron a que se viniera con ellos, este acepto. Fueron a comer y a la salida el Rucio se despidió ya que estaba cansado y con sueño. Se reencontrarían al día siguiente. Eugenio y Alejandro tenían sueño también, y la cabeza pesada les caía sobre el pecho.

¡ACCION!Inicio:
la novela comienza en la bahía de Valparaíso, cuando la gasolinera va a dejar a Eugenio a los faluchos mar a dentro (frente al malecón), para que los cuide durante toda la noche, este era su trabajo.
Desarrollo: el personaje principal comienza a vivir el paso desde la juventud a la madurez, en medio de diversos problemas que surgen, pero a si mismo va haciendo grandes amigos y compañeros de trabajos que lo apoyan en todo momento. También este personaje conoce el sentimiento hacia una mujer distinto al que sintió alguna vez por su madre y al de su hermana. el personaje principal al tener un conflicto por esta mujer por la cual tuvo estos sentimientos, al pelearse con un hombre al cual lo vio que estaba con aquella mujer, siendo esta una prostituta, y al llegar la policía son ambos detenidos.
Desenlace:
el protagonista pasa 60 días en la cárcel y al ser liberado, se reúne con sus dos amigos y realmente se da cuenta que no estaba enamorado de aquella mujer. Es aquí cuando los dos amigos le cuentan que trabajan en otro barco, el imperial, y que zarpaban al día siguiente. Invitan al protagonista a ir con ellos, este acepta. Luego se despiden para reencontrarse al día siguiente..

Personajes terciarios
Mujer de Miguel: compartió algunas veces con Eugenio. Era alta, de pelo negrísimo y ondulado. Era de piel blanca, tenía los ojos claros y los pechos altos. Su piel era suave y tibia y su olor era íntimo a mujer limpia.
Doña josefina: vieja. Mujer que entrego la llave a Eugenio (cuando este venia recién saliendo de la cárcel) para entrar a la casa de Alejandro donde este había estado viviendo antes de ser detenido.
Miguelito: Hijo de Miguel y de su madre. Compartió un par de veces con Eugenio, ya que debían compartir la misma cama entre todos.
Vegete: era un hombre correcto, vestía de negro y tenía voz de pájaro marino. Tenía su cuello inmaculado y bigotillo blanco. Trabajaba en la bahía, y tubo sus encuentros con Eugenio.
Los guachimanes: eran hombres viejos, que eran retirados del trabajo fuerte en la bahía.
Doña Isabel ahumada de Riquelme: era la suegra del que quiera serlo. Era madre y vivía en una casa humilde, la cual era un prostíbulo y todas sus mujeres eran prostitutas.
Eugenio iba a aquella casa a visitar a Yolanda, una de las mujeres de allí.
Personajes principales
Eugenio: hombre muy joven, alto, de piel morena casi cobriza, de ojos negros y pestañas largas, era de boca común y frente alta, cabello negro y nariz recta y bien firme, delgado, de hombros estrechos, brazos delgados, de piernas torcidas, tiene aspecto de joven débil. No era ni feo ni buen mozo, muy serio, y de voz suave, tenia una delicadeza que atraía. Trabajaba en la bahía de Valparaíso, cuidando faluchos en medio del mar, cuando es despedido, este es invitado a trabajar con otros lancheros. La situación económica y la calidad de vida de Eugenio eran muy pobres. Eugenio había sido criado en un ambiente familiar duro y un poco cruel, no tenia relación con el sexo femenino más que con su madre y su hermana cuando era pequeño. Por alguna razón que no es explicada, él abandono su hogar a muy temprana edad.
Rucio del norte: hombre mayor que Eugenio al cual conoce en la bahía. Era macizo y ancho, de cuello corto y colorado. Tenía el cabello grueso y rojizo, la cara blanca y tenia los pelos de la barba tiesos. Tenía sus ojos pequeños, azules y tiernos. Su boca era grande y deforme, tenía los labios hinchados y los dientes blancos, cuadrados y agresivos. Su nariz era aplastada y ancha. Su cuerpo estaba lleno de músculos por todos lados. Era un camarada de trabajo en la bahía, era un buen compañero, ayudo mucho a Eugenio. Era un buen hombre, un excelente camarada. Era muy bruto, muy animal, lo único que quería era pegarle a uno o al otro. Era de Iquique pero se había ido a Valparaíso. Era hijo de un marinero ingles y de una prostituta chilena que lo abandono cuando el tenia 8 años. Su verdadero nombre es John Mulholland, al igual que su padre que lo abandonó cuando este era pequeño, por esta razón el Rucio detestaba su nombre. Vagabundeo cuando pequeño por las calles del norte.
Alejandro: hombre que junto al Rucio del norte ayudaron e invitaron a Eugenio a trabajar con ellos como lancheros. Era capataz de la W Cía. Era alto, esbelto, de piel clara y rosada. Tenía los brazos largos y elásticos, los ojos claros, dientes blanquísimos, era muy vigoroso. Sus ademanes y su voz eran como las de un hombre del pueblo. Alejandro conocía muchos nombres de barcos que llegaban a la bahía.
Yolanda: era una prostituta que ejercía en una casa humilde junto a otras mujeres.
Era ni fea ni bonita, de ojos grandes y oscuros, morena, tenía la nariz correcta, la boca regular y carnosa. No se depilaba y tenia la barbilla media levantada. Su cuerpo era redondito y gracioso. Pero era muy simpática. Conoció a Eugenio, en una visita que hizo este a la casa, en que se hicieron muy cercanos.
Personajes secundarios
Miguel: hombre de unos 40 años, de piel oscura y grandes bigotazos. Vestía siempre el uniforme de la policía marítima. Era huérfano, pero fue criado y educado por la abuela de Eugenio, al que Miguel prestaba alojamiento en su casa aunque tuvieran que dormir en la misma cama.
El vaporino: era un tripulante del limarì , un barco de aquellos. Era joven, moreno, tenia la cara aplastada y redonda, la piel del rostro le brillaba, su cabello era cuidadosamente peinado y su dentadura era muy blanca. Usaba un sombrero. Visitó el prostíbulo donde se encontraba Yolanda y al ser visto por Eugenio tuvieron una pelea

sábado, 5 de septiembre de 2009

Neofolklor de Chile

El Neofolklore o Neofolclór es un género musical chileno nacido en la década de 1950, a partir de la estilización del folklore tradicional.

Surgido de forma contemporánea a la Nueva Canción Chilena y la Nueva Ola, el neofolclore fue además un cruce entre ambos movimientos. No en vano recibió a menudo el nombre familiar de "nueva ola folclórica" y sus figuras alcanzaron grados de popularidad similares a los de los cantantes nuevaoleros de moda, pero al mismo tiempo compartió con la Nueva Canción la raíz folclórica y el afán de renovar esas fuentes.

Generlamente se asocia a la derecha política chilena, a los latifundistas y oligarcas del país que desean tener una identidad folclórica nacionalsita, pero desde la urbe. Se caracteriza por sus refinados arreglos vocales y su pulcritud sonora. La cuidada etiqueta y los arreglos vocales de conjuntos como Los Cuatro Cuartos y Las Cuatro Brujas fueron el principal sello de esta corriente, que recibió la influencia de autores como Raúl de Ramón, uno de los tempranos músicos chilenos interesados en el folclor de otros países americanos, y de conjuntos argentinos como Los Chalchaleros y Los Huanca Huá.

Desprovisto de la raigambre y hasta de la evocación campesina de la música folclórica, el neofolclore fue un movimiento urbano, de fuerte contacto con el mundo de la radio y los discos. Patricio Manns y Rolando Alarcón fueron parte de esta escena antes de acercarse al credo menos impostado de la Nueva Canción, pero sin duda el nombre mayor es el de Los Cuatro Cuartos, que entre sus integrantes contó con tres figuras señeras del movimiento: el arreglador Luis Urquidi, el compositor Guillermo Bascuñán y el cantante Pedro Messone. El neofolclor comenzó a declinar tras su cúspide de popularidad en 1965, pero la escuela ha seguido impulsando a conjuntos más recientes como Santiago 4 y los propios Cuatro Cuartos siguen en funciones con una nueva formación.

viernes, 4 de septiembre de 2009

Terremoto de Valdivia 1960

El terremoto de Valdivia de 1960, conocido también como el Gran Terremoto de Chile, fue un sismo registrado el 22 de mayo de 1960 a las 19:11 UTC. Su epicentro se localizó en las cercanías de la ciudad de Valdivia, Chile, y tuvo una magnitud de 9,6 grados en la escala sismológica de Richter, siendo el mayor registrado en la historia de la humanidad. Junto al terremoto principal se registraron una serie de movimientos telúricos de importancia entre el 21 de mayo y el 6 de junio que afectaron a gran parte del sur de Chile.
El sismo fue percibido en diferentes partes del planeta y produjo un maremoto que afectó a diversas localidades a lo largo del océano Pacífico, como Hawaii y Japón y la erupción del volcán Puyehue. Cerca de 3.000 personas fallecieron y más de 2 millones quedaron damnificadas a causa de este desastre.
Terremoto en Valdivia
Mientras Chile organizaba la ayuda a los habitantes de Concepción y las ciudades cercanas, una tragedia aún peor estaba por ocurrir. A las 14:55 del día 22 de mayo de 1960 se produjo un movimiento sísmico cuya máxima magnitud superó los 9,5 grados en la escala de Richter y tuvo una duración de 10 min aproximadamente. Estudios posteriores afirmaron que dicho movimiento en realidad fue una sucesión de más de 37 terremotos cuyos epicentros se extendieron por más de 1.350 km. El cataclismo devastó todo el territorio chileno entre Talca y Chiloé, es decir, más de 400.000 km².
La zona más afectada fue Valdivia y sus alrededores. En dicha ciudad, el terremoto alcanzó una intensidad de entre XI y XII grados en la escala de Mercalli. Gran parte de las construcciones de la ciudad se derrumbaron inmediatamente, mientras el río Calle-Calle se desbordaba e inundaba las calles del centro de la ciudad. En el puerto de Corral, cercano a Valdivia, el nivel del mar había subido cerca de 4 m antes de comenzar a retraerse rápidamente cerca de las 16:10. arrastrando a los barcos ubicados en la bahía (principalmente los navíos «Santiago», «San Carlos» y «Canelos». A las 16:20, una ola de 8 m de altura azotó la costa chilena entre Concepción y Chiloé a más de 150 km/h. Cientos de personas fallecieron al ser atrapados por el maremoto que destruyó pueblos en su totalidad. Diez minutos después, el mar volvió a retroceder arrastrando las ruinas de los pueblos costeros para nuevamente impactar con una ola superior a los 10 m de altura. Los navíos fueron completamente destruidos a excepción del «Canelos» que quedó encallado luego de ser arrastrado por más de 1,5 km.
La onda expansiva comenzó posteriormente a recorrer el océano Pacífico. Casi 15 h tras el evento en Valdivia, un maremoto de 10 m de altura azotó la isla de Hilo, en el archipiélago de Hawái, a más de 10.000 km de distancia del epicentro, provocando la muerte de 61 personas. Similares eventos se registraron en Japón, las Filipinas, California, Nueva Zelanda, Samoa y las islas Marquesas.
Terremoto de valparaiso
El terremoto de Valparaíso de 1906 fue un sismo registrado el 16 de agosto de 1906 a las 19:48 hora local. Su epicentro se localizó en la Región de Valparaíso, Chile, y tuvo una magnitud de 7,9º en la escala sismológica de Richter.
El terremoto que azotó Valparaíso en 1906 dejó prácticamente destruida toda la ciudad. Los relatos de los testigos presentes dan cuenta de la magnitud de la destrucción y el espanto de aquellos atrapados en los escombros.
A pesar del estado de la ciudad, las autoridades se organizaron rápidamente para establecer redes de socorro para los damnificados. La labor del doctor José Grossi fue fundamental para contrarrestar los efectos de las plagas y epidemias que siempre surgen tras un terremoto; aun así, éste dejó un número de tres mil víctimas fatales. Otro hecho importante fue la creación en ese mismo año del Servicio Sismológico de Chile, el cuál tuvo como primer director al francés Fernand de Montessus de Ballore.
En medio de esta catástrofe, se produjeron pillajes y saqueos, ante los cuales se ordenó fusilar a quien se encontrara realizando dichos actos. Sin embargo, existe una controversia en torno a los excesos cometidos por estas medidas, pues se presume que un número importante de los fusilados no habría sido culpable de estos delitos.
El terremoto dejó un saldo de 3.000 muertos.

Terremoto de chillan
El terremoto de Chillán de 1939 fue un sismo que sacudió a Chillán y a todas las ciudades colindantes, el 24 de enero de 1939, de una intensidad registrada de 7,8º en la escala de Richter.
Ostenta el récord de la mayor cantidad de muertos en un sismo en la historia de Chile, con alrededor de 30.000 víctimas fatales.
El terremoto en Chillán
A las 23:32 hora local, la tierra empezó a sacudirse fuertemente bajo Chillán, destruyendo más de la mitad de él, al alrededor de 3.500 viviendas (incluyendo la recientemente construida Casa Rabié) que en ese entonces había en la ciudad.
Luego de este movimiento, vinieron otros, que aunque de menor intensidad, terminaron de dejar totalmente destruida a la ciudad.
La Catedral de Chillán era hasta ese entonces una de las principales edificaciones de la zona, pero fue totalmente destruida por el sismo.
) El tsunami del 13 de agosto de 1868.
Fue originado por un violento terremoto, de magnitud 8.5 en la escala de Richter, de cuatro a cinco minutos de duración y cuyo epicentro se localizó en el mar, a los 18º 05' de latitud sur y 71º de longitud oeste, y a 70,3 Km de Arica. Se produjo alrededor de las 17: 15' horas (hora local) del día 13 de Agosto de 1868, generando un tsunami, de magnitud (m) 4, de grandes proporciones, con olas que presentaron elevaciones en la costa de aproximadamente 14 metros. (Morales y Cañon, 1985).
En Arica, el mar se retiró 22 minutos después del terremoto, dejando a la vista el fondo marino y varados los buques anclados en el fondeadero. Las primeras ondas de tsunami avanzaron sobre la costa, colapsando el muelle y barriendo a las personas que se encontraban en las cercanías para pedir ayuda a la tripulación de los buques varados. Estas fueron dos olas que presentaron una elevación en terreno (runup) de 10 metros. Aproximadamente dos horas después, a las 19: 10' horas (hora local) se presentaron una tercera y cuarta onda de tsunami, las cuales atacaron violentamente la costa, describiéndoselas como murallas de agua de unos 14 metros de altura. En la ciudad, su expansión destructiva llegó hasta la parte baja de la Iglesia Matriz (posterior Iglesia San Marcos). Estas ondas arrastraron a varios buques desde su fondeadero a 1852 metros (1 milla) enfrente del "Morro", depositándolos sobre el continente. Complementando, se puede citar el caso del "Wateree", barco norteamericano que fue arrastrado aproximadamente 7,4 km. en dirección noreste, y varado a 1850 metros de la línea de costa y a unos 70 metros de los cerros, salvando ilesa su tripulación, gracias al fondo plano, con ruedas y doble timón de proa y popa, que permitieron la estabilidad del navío

leyenda mapuche Las Lamparitas de Bosque

Las Lamparitas del bosque (leyenda mapuche)
En una profunda caverna, cerca del cráter de un volcán, vivía el Gran Brujo, atormentado por sus maldades. Era corno el jefe de los brujos menores y de los brujitos. Pasaba inventando diabluras más o menos graves. La gente de los valles le terna miedo porque creían que era el causante de todas sus enfermedades y de la muerte de sus rebaños de llamas y guanacos y de sus aves de corral.

Muchas veces sucedían desgracias de las que el Brujo era inocente; pero de todas maneras él y sólo él sembraba la mala suerte en los campos. Para tenerlo contento, le dejaban afuera de sus rucas cántaros llenos de "mudái", especie de chicha que al Gran Brujo le encantaba.
Cuando la noche estaba más oscura, solía bajar de la cumbre montado en una ventolera. Al pasar por lo más espeso del bosque encendía miles de lamparitas rojas con el fuego que traía del volcán, y así no perder el camino de vuelta. -Vendré muy borracho -murmuraba para sí- y las luces me guiarán hasta mi caverna. El Brujo no se medía para tomar. Vaciaba jarro tras jarro de chicha hasta que no se daba cuenta ni por dónde andaba. Era la única manera de olvidar todas las maldades que hacía y la rabia que se le retorcía como culebra en el corazón. Esta rabia no tenía explicación; tal vez fuera la semilla de su propia brujería. El mudái lo hacía volar dulcemente en torno a las rucas y cantaba unas canciones muy tontas y desafinadas:

Soy un gorgorito
que se lleva el viento
y tengo cosquillas
de puro contento.


Hasta los niños, envueltos en sus mantas, despertaban y se reían del Brujo. Sabían que estando borracho no hacía daño a nadie. Y las risas infantiles caían como agua pura en el alma negra del Brujo; sentía una alegría rara al escucharlas, una especie de felicidad que le recordaba bosques vírgenes, frutos maravillosos, el nacimiento de las vertientes, que conoció cuando él era un recién nacido y no había hecho ninguna maldad todavía. Entonces se preguntaba -¿Por qué tuve que ser malo? Ay, mi madre fue una serpiente y mi padre un diablo, ¿qué otra cosa podía ser yo sino un malvado brujo? Y luego añadía con sonrisa lagrimosa: -Pero nací bueno... Lo recuerdo. Y como los borrachos pasan de la risa al llanto sin motivo, el Brujo se ponía a llorar sin consuelo y regresaba con lentos bamboleos a su casa. Y en el camino de vuelta, olvidábase de apagar las lamparitas que dejara colgando de los ramajes igual que campanillas. Así, durante casi todo el año, la selva lucía hermosas luminarias, hasta que llegaba el invierno con sus lluvias interminables. Una a una las luces se iban apagando y el Brujo, al no tener guía, se ponía a dormir todas sus borracheras en el corazón caliente del volcán. Los hombres y los animales descansaban de males y terrores. De este modo pasaron muchos soles y lluvias y el Brujo, con su mala voluntad, se puso más y más perverso. También se puso más tonto; y un tonto malo y poderoso es el peor azote que pueden tener los hombres y los seres de la naturaleza. Y sucedió que un año llovió más de la cuenta y el verano se atrasó. El Brujo tuvo que esperar para encender sus lámparas y como le hacía falta su bebida favorita, se puso de un genio espantoso. Aullaba en la cima de la montaña, arrojando piedras y cenizas. Su amigo, el gigante Cheruve, hacia otro tanto, lanzando lava y agua hirviendo a los valles, y robando niñas pequeñas para comérselas. Cuando por fin llegó el buen tiempo, hubo más lamparitas que otras veces en el bosque. Y el Brujo, al no encontrar toda la bebida que necesitaba para apagar su tremenda sed, se vengó de los campesinos enterrando sus dedos negros en las siembras de papas. -¡Qué peste más terrible!- se quejaban las mujeres al recoger las cosechas y encontrar las papas podridas-. ¿Qué comeremos este año? Y pensaban en sus niños que pasarían hambre. Se reunieron los jefes y dueños de las tierras para decidir qué hacer con el malvado Brujo. El más joven dijo: -Dejémosle el mudái junto a los matorrales; nosotros estaremos escondidos ahí y cuando esté borracho, le damos la paliza. A ver si así no regresa.

Algunos dijeron que sí y otros que era muy peligroso apalear al Brujo, porque podía convertirlos en ranas o en peces. -¡Y hasta en piedras! - gritó otro más miedoso. El de mediana edad aconsejó: -Le pondremos algo amargo como el natre en la chicha, una yerba que le dé dolor de estómago y le quite para siempre las ganas de tomarla. Pero también hubo razones en contra: al no hallar la bebida de su gusto, podría vengarse de manera terrible, robando los animales o matándolos. Entonces habló el más anciano: -Creo que tendremos que juntarnos todas las criaturas de la Tierra para ganarle al gran Brujo del demonio. Quiero decir que tenemos que reunirnos con nuestros animales protectores del aire, de la tierra y del agua. Y también será necesario invocar a los buenos espíritus de las selvas. Entre todos, tal vez podamos echarlo para siempre de nuestros valles. Esta vez los jefes, los campesinos y los jóvenes estuvieron de acuerdo. -La violencia nunca es una solución -concluyó el anciano-, un golpe acarrea tarde o temprano otro golpe; pero actuar unidos y con astucia traerá un buen final. Cada familia se preocupó de hablar con su animal protector. Y unos acudieron a las colinas para conversar con el Guanaco y otros a las selvas para hablar con el Puma. Los de la orilla del mar conferenciaron con los Delfines y los de la montaña, con el Águila Blanca. Los que habitaban cerca de las selvas se internaron para comunicarse con los espíritus de los árboles, cuyos pensamientos son profundos como raíces y amplios como sombras. El espíritu del Canelo aconsejó lo más sabio: -El Brujo de la montaña necesita sus lámparas para no perderse en la espesura de la selva; si se las quitamos, no podrá atravesar los bosques y no sabrá encontrar los senderos hacia los valles. Sólo así nos dejará en paz. Los hombres y los animales consideraron que el Canelo había dado la solución mejor y más sencilla. Y además, no encerraba ninguna violencia. En seguida se pusieron a planear lo que cada uno tendría que hacer para arrebatar al Brujo sus lamparitas. Los campesinos juntarían cientos de jarros de chicha para emborracharlo por largo tiempo. Después de mucho beber, el Brujo regresaría a través del bosque tan mareado y cegatón, que sería muy fácil confundirlo y cada hombre, cada niño y animal escondería una de las brillantes luces, dejando al malvado a oscuras para siempre. Ese mismo día las mujeres y las niñas se pusieron a fabricar grandes cantidades de la bebida favorita del Brujo. Jarros y jarros de greda se pusieron a fermentar y el olor del mudái llenaba el aire y se lo llevaba el viento hasta la montaña. Porque el viento también quiso participar en la guerra contra el que hacía tanto daño.

En torno a cada ruca se alinearon los cántaros llenos hasta los bordes. Allá, en su gruta, el Brujo, aún dormido, empezó a oler el agrio perfume con que el viento le hacía cosquillas, envolviéndolo de la cabeza a los pies. No tardó en despertar, sediento: -¡Qué olores suben del valle! ¡Aaaah! Esos infelices aprendieron bien la lección que les di, al pudrirles sus cosechas de papas. Llevaré un buen fuego para mis lámparas, porque esta vez sí que la borrachera será grande. Pidió a su amigo, el Cheruve, que le prestara una de sus teas y a cambio él le traería una indiecita para la comida. ¿Qué más se quería el gigante? Bajó entonces el Brujo agitando su fuego como bandera, de modo que los que estaban esperándolo se pusieron alerta. Encendió lámparas iluminando cada sendero del bosque para tener seguras las huellas a su regreso. Y luego se dirigió hacia los cientos de cántaros que rodeaban las rucas. -Nunca he probado un mudái tan delicioso como éste exclamó el Brujo, tragando sin parar-. La próxima vez apestaré todos los manzanos, porque veo que da buen resultado el maltrato. Ni por un instante se le pasó por la cabeza que tanto jarro lleno pudiera ser trampa. Poco antes del amanecer, cuando la noche es más oscura y tranquila, porque todos los seres, aun los nocturnos, reposan, el Brujo inició su regreso, olvidando por cierto la indiecita prometida al Cheruve. A medida que se internaba en el bosque, iban desapareciendo una a una las lamparitas que dejara encendidas. -Vaya, ¿qué pasa con mis luces? -gritó con una voz que parecía salirle de las orejas, tan mareado se sentía. Unas ligeras risas y murmullos sonaron aquí y allá. -¿Quién se ríe? ¡Ya verán! -aulló furioso, dándose encontrones con las ramas. Los guanacos escondieron las luces detrás de sus cabezas, los venados, entre sus astas, los pumas, con sus anchas patas, las águilas, con sus alas, los hombres, bajo sus mantas. Y los niños huían por todas partes, como luciérnagas risueñas, llevando entre sus manos una radiante lamparita. Hasta las truchas de los riachuelos jugaron a beberse los reflejos, iluminándose en el agua como fuegos fatuos. El Brujo suplicó que le devolvieran sus luces, dándose cuenta de que si conseguían arrebatárselas, estaba perdido. Pero los espíritus protectores se negaron, porque no se puede creer en las promesas de un borracho. Solamente logró que los pensamientos de los árboles guiaran hasta su gruta, donde a pesar de su derrota y de la rabia que le hervía en la cabeza, cayó al suelo echando humos alcohólicos por boca y orejas. Nunca más pudo bajar a los valles a hacer daño a los hombres y a las criaturas humildes. Nunca más el Cheruve le prestó una tea de fuego por no haberle llevado una indiecita. Pero aquellas luces que entre todos le quitaron, vuelven a iluminar cada año los senderos y son las flores del copihue que cuelgan de los ramajes de la selva como campanitas.

Vocabulario:
Mudai: Vocablo mapuche para designar una bebida alcohólica hecha, generalmente, en base a manzana. Otros pueblos autóctonos, le llaman chicha. Canelo: Árbol sagrado de los Mapuches. Natre: Arbusto muy amargo. Copihue: Planta trepadora del sur de Chile, que da flores acampanadas de color rojo. También hay variedades blancas y rosadas, pero escasas. Es la flor nacional de Chile.

biografia Jorge Diaz

No vengo del lenguaje.
No soy un escritor.
Sin un grupo detrás no puedo escribir ni una línea.
Soy un arquitecto que ve las palabras en el espacio
Jorge Díaz

Jorge Díaz, destacado miembro de la Generación Literaria de 1950, inició su trayectoria en el teatro nacional hacia finales de la década de 1950, al vincularse al grupo Ictus. En un primer momento, se desempeñó como escenógrafo, para luego hacerlo como dramaturgo, labor que le haría ser reconocido como uno de los más influyentes de la escena teatral nacional de la segunda mitad del siglo XX. En 1957, había estrenado sin éxito uno de sus primeros textos, Manuel Rodríguez.

Con más de noventa obras teatrales escritas -entre las que destacan El cepillo de dientes, El velero en la botella, Las cicatrices de la memoria, Topografía de un desnudo y Pablo Neruda viene volando- y alrededor de cuarenta piezas de teatro para niños, a lo que se agrega su trabajo como guionista de radio y televisión, y sus actuales creaciones de narrativa, Jorge Díaz es uno de los dramaturgos más premiados en la historia del teatro chileno. Entre los galardones que ha obtenido se cuentan el Premio Nacional de las Artes de la Comunicación y Audiovisuales, en 1993; el Premio Antonio Buero Vallejo de Guadalajara, en 1992; el Premio de Teatro Centenario de la Caja de Ahorros de Badajoz, en 1989; el segundo premio en el Cuarto Concurso de Dramaturgia Eugenio Dittborn, otorgado por la Escuela de Teatro de la Universidad Católica, por su obra Fragmentos de alguien, en 1987; el Premio Palencia de Teatro (España), en 1980; por mencionar algunos.

En sus inicios, las obras de Jorge Díaz se vincularon al teatro del absurdo, orientadas hacia la crítica social y la sátira de la realidad latinoamericana. De este modo, estas piezas teatrales auscultaban la realidad, evidenciando el escepticismo y la desesperanza del autor a través del mundo representado, la lucha de sus protagonistas por vencer la soledad, la mentira y la incomunicación, el lenguaje directo y el uso del humor negro o sarcasmo. Los textos teatrales de Díaz develan la angustia existencial de los seres humanos en medio de la vorágine de la sociedad moderna, en la que todo parece ser un objeto descartable.

La crítica especializada ha valorado la producción del autor, tanto por su fidelidad a una estética particular y a los temas abordados en sus montajes, como su permanencia y calidad. Jaime Celedón, compañero en el grupo Ictus, señaló: "En todas sus obras (...) encontramos en el escenario a un ser humano, sobre el que se edifica la trama, y que se enfrenta a ella tan sólo acompañado de su alma, sus sentimientos y su palabra. La devolución de ella en el desarrollo teatral de cada una de las obras, llega al espectador como un eco lacerante de necesidad, posibilidad y frustración. Es el grito del hombre a la ancha curvatura de un paisaje hosco, aislado, falsamente poblado, y sordo a las inquietudes de la nueva generación humana".

En 1994, luego de vivir largo tiempo en España, volvió a Chile para radicarse definitivamente, donde continúa escribiendo y dedicando parte de su tiempo a la pintura.

Jorge Díaz falleció el 13 de marzo de 2007.
Jorge Díaz Gutiérrez, arquitecto, dramaturgo, dibujante, pintor y poeta chileno, nació en la ciudad de Rosario, Argentina, el 20 de febrero del año 1930, hijo de padres españoles; su padre era asturiano, de un pueblito que miraba al mar, en tanto, su madre, de fe muy católica, era vasca nacida en San Sebastián. Llegaron a Chile en 1934, cuando Jorge tenía apenas 4 años, año en que lo nacionalizaron. Acá, en Chile -país donde creó sus primeras novelas-, estuvo en el colegio de curas de San Miguel, luego en el San Pedro Nolasco, donde obtuvo buenas calificaciones. Estudió y ejerció un tiempo arquitectura en la Universidad Católica de Santiago, egresado en 1955, realizó exposiciones pictóricas, participó en teatro como actor y desde 1961 como autor.

jueves, 3 de septiembre de 2009

Biografia Baldomero Lillo Figueroa

Baldomero Lillo Figueroa (Lota, 6 de enero de 1867 - San Bernardo, 10 de septiembre de 1923) cuentista chileno, considerado el maestro del género del realismo social en su país.
Vida y obras
Fue hijo de José Nazario Lillo Mendoza y Mercedes Figueroa, y además hermano de Samuel A. Lillo. Nació en la ciudad minera de Lota, en la que pasaría toda su infancia y parte de su adultez. Por razones económicas debió dejar sus estudios (alcanza solo el segundo año de humanidades) para trabajar, consiguiendo empleo como "oficial de pluma" (empleado administrativo) en una de las pulperías mineras. Este trabajo le dio tiempo para la lectura, afición en la que lo inicia su padre, y además le permitió conocer la realidad de los mineros del carbón de su Lota natal, que plasmaría en sus obras.
Se trasladó a Santiago de Chile en 1898, al conseguirle su hermano Samuel un cargo administrativo en la Universidad de Chile.
Los temas de sus cuentos estuvieron siempre vinculados a los sectores más marginados y explotados de la sociedad chilena, prevaleciendo en sus historias el sufrimiento y humanidad de los personajes. Sus cuentos están cargados de los más mínimos detalles, debido principalmente a su carácter naturalista. Su primer cuento publicado fue "Juan Fariña", premiado en un concurso de La Revista Católica de Santiago en 1901. Colaboró después en El Mercurio y la revista Zig-Zag, apareciendo en esta última regularmente su obra.
Entre sus obras principales se encuentran las colecciones de cuentos "Subterra" (1904, serie de relatos basados en los mineros del carbón de Lota), "Subsole" (1907, basado en la vida rural, incluyendo cuentos menos dramáticos), "Inamible" (Wikisource) y "Quilapán".
Hacia el final de su vida comenzó a redactar La huelga, una novela sobre la matanza de Santa María de Iquique que debía de ser su obra maestra, pero murió producto de una tuberculosis pulmonar crónica en el año 1923, sin haber concluido el trabajo.
Defunción 10 de septiembre de 1923
San Bernardo

resumen libro Relato de un naufrago

relato de un naufrago
Autor: Gabriel García Márquez
Tema: Novela de aventuras
Número de páginas: 141
ARGUMENTO
Cuentan la historia de que en el mar Caribe, a causa de una fuerte tormenta, ocho miembros de la tripulación de un destructor de la Marina de guerras habían caído al agua y desaparecido, de los ocho, solo sobrevivió Luis Alejandro Velasco, que estuvo diez días a la deriva en una balsa sin comer ni beber, lo pasó muy mal hasta que llegó tras mucho esfuerzo en una parte de la costa colombiana, allí fue proclamado héroe de la patria, hecho muy rico por la publicidad y olvidado para siempre.
OPINIÓN PERSONAL
La verdad, es que es un libro que se te pasa bastante rápido, no te aburres y se acaba de una forma muy original.
Las aventuras que se narran son realmente interesantes y lo mejor de todo es que creo que es para todas las personas a partir de una cierta edad.
Me ha gustado, pero no me lo volvería a leer otra vez.
RESUMEN POR CAPÍTULOS
CAPÍTULO 1
Ese día, toda la tripulación estaba en Mobile, preparados para embarcar al A.R.C Caldas para regresar a Cartagena después de ocho meses, cargados de regalos para los familiares, la madrugada del 24 de febrero se embarcarían mar adentro.
Luís Alejandro junto su mejor amigo decidieron abandonar la marina tan pronto como llegasen a Cartagena.
Al principio tenia un poco de miedo, pero al cabo de unas horas ya solo se sentía fatigado.
CAPÍTULO 2
Luís Alejandro casi nunca tiene mareos cuando viaja, pero esta vez se sentía intranquilo y a demás tenia un extraño pensamiento.
“Es un buque seguro” afirmaba Luís Regnifo, que dormía bajo su litera.
Después de largas horas, ya solo les faltaba 24 horas para llegar a Cartagena.
Una orden general, dijo que todo el personal se pasara al lado de babor, él sabia perfectamente su significado, el barco escorando peligrosamente a estribor y había de equilibrarlo.
Las olas, cada vez más fuertes i altas estallaban en la cubierta. Eran las once y media de la noche, a las dos llegarían al puerto; una ola enorme los tumbó, se cayeron todos al agua y el barco desapareció. Después de un breve instante apareció a más de 100 metros de distancia.
CAPÍTULO 3
Luís Alejandro, se sostuvo en flote entre cajas, vio una de las balsas, y se puso a nadar hacia ella. La agarró y saltó al interior. Un amigo, tan solo estaba a dos metros de la balsa, y de la fuerte tormenta que había, se perdió entre las olas. Se quedó solo en la balsa esperando a que los otros lo vinieran a buscar.
CAPÍTULO 4
Pensaba que seguramente, se comunicaría el accidente y aviones vendrían en menos de 2 horas a rescatarle. Se esperó mucho pensando que todos sus compañeros habían regresado. Una señal, al fondo de todo se veía un punto negro y muy luminoso que se acercaba, era un avión. Muy rápidamente, Luís Alejandro se sacó la camiseta y empezó a hacer señas.
CAPÍTULO 5
Desgraciadamente se equivocó, el avión no venía hacia la balsa y desapareció en el horizonte. Treinta horas después, vio claramente el primer animal, ¡era un tiburón! Por suerte, solo se paseo por allí unas horas y se largó. Ya era la segunda noche, no tenía hambre, pero si que tenía mucha sed. Se imaginaba que había un viejo amigo suyo en la balsa que le venía a saludar y hablaban durante toda la noche.
CAPÍTULO 6
Para saber cuantos días llevaba, los contaba dibujando rayas, pero era inútil, se descontaba, no sabía si eran 29, 30 o 31 las terminaciones del mes de febrero. Perdió muchas esperanzas. Vio otra vez unas luces, pero esta vez de barco, pasó de largo y como el avión desapareció en el horizonte. Ya era el quinto día. Se le paró una gaviota joven muy cerca y intentaba cazarla para poder comer algo.
CAPÍTULO 7
Por suerte la alcanzó le rompió el cuello y la descuartizó, se comió un trozo, pero le daba mucho asco. Pasaron ya siete días, era de noche, ya perdió las esperanzas al tener que arrojar su presa a los tiburones a cambio de la vida. Intentaba comerse el cinturón de la desesperación. Sabía que no sería su último día en el mar.
CAPÍTULO 8
Un tiburón hizo un salto y entró en la balsa, Alejandro, lo mató a golpes de remo a la cabeza. Aun que le daba mucho asco, el hambre lo superaba y se comió una parte. Se guardó el resto para más tarde, pero otro tiburón de un mordisco, se lo comió. Luís Alejandro, harto de los tiburones se enfadó mucho.
CAPÍTULO 9
Una fuerte ola, hizo dar vuelta de campana la balsa. Luís Alejandro cayó en el agua y empezó a nadar desesperadamente al final, logró alcanzar la balsa. Esta vez estaba muy asustado, sabía que en cualquier momento podría volver a pasar y rápidamente se amarró con el cinturón. Otra ola los tumbó, Luís Alejandro se quedó bajo el agua buscando la hebilla del cinturón. Logró desatarse y sacó la cabeza. A los ocho días, vio a otra gaviota, pero esa vez vieja, no la mató, sino que le dio ánimos, sabia que muy cerca se encontraba la tierra firme.
CAPÍTULO 10
La barba ya le llegaba por el cuello, estaba destrozado, muerto de sed, muy hambriento y lleno de quemaduras de sol. Recordaba felices momentos en el bar con sus amigos.
Tenia deseos de morir, empezó a rezar más tranquilamente pensando que en esa misma hora también lo estaba haciendo su familia. En el fondo de la balsa, se encontró una raíz y se la comió, ¿Era una alucinación?
CAPÍTULO 11
Apoyado con la cabeza junto a la borda, fue cuando vio claramente el largo y verde perfil de la costa; debería haber más o menos unos dos kilómetros de distancia. No pudo más, soltó el remo, cerró los ojos y se arrojó al agua. Empezó a nadar en la dirección que creia que era la correcta. No vio la tierra ¿era otra alucinación? Ya no daba tiempo de regresar a la balsa, estaba demasiado lejos.
CAPÍTULO 12
Levantó un poco la cabeza y la vio perfectamente allí al frente. Luís Alejandro, tras mucho esfuerzo logró llegar a la orilla. Allí se encontró a una muchacha negra, con unos ojos muy blancos. Pensándose que la entendería, le pidió ayuda en inglés. La muchacha empezó a correr y se largó. Se encontró más tarde con un hombre, un burro y un perro. Luís Alejandro, como a la muchacha, la pidió ayuda pero esta vez en español, el hombre lo entendió perfectamente y le dijo que se esperara. El perro se quedó con él. Estaba en Colombia.
CAPÍTULO 13
El hombre, tal y como lo dijo regresó con el burro y la muchacha que resultó que era su mujer, con ayuda lo subieron al burro y le llevaron al pueblo, Luís Alejandro pedía algo de beber o de comida, pero le dijeron que no le daría nada hasta que no lo visitara un médico. Recibió visitas de toda la gente entre las cuales hombres, mujeres, niños y animales, todos se habían movilizado para verle, Luís Alejandro trataba de explicarles la historia, pero le decían que se callara, que estaba enfermo. Le llevaron a San Juan de Urabá allí le visito un médico que después le dijo que le estaba esperando una avioneta lista para llevarlo a Cartagena.
CAPÍTULO 14
Le ingresaron en un hospital, todo el mundo le quería ir a visitar y preguntárselo todo. Solo se permitía la entrada a los médicos y a los de seguridad en la habitación. Muchos periodistas se disfrazaban de médicos para poder colarse y preguntar, pero de muchos, solo coló uno que le pidió que dibujara el buque donde viajaba y otra cosa más, firmó los dibujos y al día siguiente salieron publicados al diario, Luís Alejandro Velasco, se sentía orgulloso de aquel periodista.
Fue proclamado un héroe y se hizo muy rico gracias a la publicidad, solo tenía que explicar la historia.
Algunas personas le decían que esa historia era falsa, y él siempre les contestaba:
Entonces, ¿qué hice durante mis diez día en el mar?

cuento EL CEPILLO DE DIENTES

cuento EL CEPILLO DE DIENTES
autor:JORGE DÍAZ
Es el conflicto que genera falta de comunicación, violencia de las relaciones, lucha de dominio y perdida de identidad. Este conflicto se da entre los dos únicos personajes de la obra, los cuales solo se les nombra como “El” y “Ella”. Estos dos personajes, a medida que va desarrollándose la historia, van adquiriendo nuevas personalidades, en busca de un método para poder comunicarse.
La situación básica de la obra que van desarrollando los personajes, se manifiesta a través de diálogos, donde discuten temas de todos los ámbitos, que van desde el horóscopo chino, anuncios comerciales y de declaraciones publicas, hasta una discusión de que es mejor: sí el Jazz o el Tango. En su comportamiento se muestra lo difícil y cansador que es vivir siempre con la misma persona, lo cual se agrava cuando no hay comunicación entre la pareja y además, como en esta obra se muestra, cuando están muy influenciados por lo que dice la prensa y los medios de comunicación.
En todo momento, los dos personajes ironizan en sus discusiones. Por un lado “Ella” le critica a “El” su forma de actuar y sus gustos, en forma repetitiva y apática, mientras que “El” toma una posición pasiva y a veces de un niño que sumisamente le pedía consuelo a su madre, pero critica a la vez. No obstante, a ratos estas diferentes posiciones se intercambiaban, donde la mujer, tomaba una posición de mujer resignada a su marido, mientras tanto este le reclamaba en forma fuerte y violenta, el modo de actuar de ella.
A partir de estas constantes discusiones, estas dan pie a los sucesos centrales de la obra, que son dos. El primero es producto de las discusiones que los dos personajes tienen repetidamente durante toda la obra. Este suceso sucedió cuando “El”, le pregunto a “Ella”, si había visto su cepillo de dientes, ya que este no lo podía encontrar. Entonces producto del constante reclamo que “El” ejercía sobre “Ella”, esta se puso a buscarlo. Posteriormente “Ella” lo encontró, pero en ese momento ella recordó que lo había ocupado para limpiar sus zapatos, a resultado de este hecho “El”se espanto recriminándola por lo sucedido, ya que según este el cepillo era lo único que representaba su individualidad después de casarse, él le pregunto, por que había hecho eso, pero “Ella” lo hacia enojarse cada vez mas, ya que le respondía en forma irónica, y apática a sus preguntas, llegan incluso a decirle, que no fuera tan exagerado, ya que ellos dos podían compartir el cepillo de dientes de “Ella”. En cuanto “El” ya estaba absolutamente enfurecido, empezó una acalorada discusión, en la cual se ofendían de forma grosera, en la cual “El” estallo de rabia, y tomo el cable del trasmisor de radio, estrangulándola a “Ella”. Posteriormente en un gesto de la más mínima preocupación, empezó a leer el diario, donde se relataba, todo lo que había sucedido, lo cual llevo a justificar su hecho con él publico, donde decía que estaba bien lo que él había hecho, ya que “Ella” siempre estaba interfiriendo en sus cosas, y que ya estaba harto el de tener a un extraño en su casa. Posteriormente una vez que “Ella” sale de la escena, llega al departamento Antona, que es “Ella” personificándola. Dando un vuelco en la historia en 180º, ya que “El”, empieza a establecer un dialogo, para que de algún pudiera seducirla, pero a la vez tratando de ocultarle, que él había estrangulado a su esposa. Pero llega un momento en el cual “El” confiesa a Antona, que él asesinó a su esposa. Antona asustada, le empieza a preguntar del por que había hecho esto, y “El” empezó contestarle, con cierta ironía, las respuestas, ya que este las contestaba cantando Tango, con algunas estrofas de Gardel. Hasta que llega un momento en el cual “El” estalla nuevamente, da las verdaderas razones por cual la mato, y a su vez tratando de aliar a Antona a través de preguntas absurdas, para que esta no lo denunciara. Una vez que ya la convenció, este la sedujo, para posteriormente, llegar a un desenfreno lujurioso de amor y de deseo. En el transcurso de este contacto, Antona fue adquiriendo nuevos modales hasta que finalmente llego a ser “Ella”.
Acá es cuando se empieza a gestar un nuevo suceso, que volvería a repetir un cambio importante en el desarrollo de la obra. Este se presente, ya cuando “El” y “Ella”, recobran sus personalidades (entre comillas). Los dos personajes empiezan a dialogar sobre, que si siempre van tener que hacer esta rutina para hacer el amor, ya que esta se estaba volviendo monótona, y que tenían que encontrar una nueva forma de personificar seres. Posteriormente una vez, ya discutida esta situación, se empiezan a acariciar, hasta que “El” le menciona a “Ella” lo bien que olía, y esta le contesto, que era por que había usado detergente Bimpo, pero “El” le reprocho que no era ese detergente, si no que era otro que se llamaba Tersol, ya que según el este era el único que le descontrolaba. Esto llevo a una discusión, de cual era mejor detergente, volviéndose una discusión fuerte y agresiva, a tal punto que “Ella”, tomo un tenedor y empezó a apuñalar a “El”. Posterior a este suceso, la obra vuelve a tener un giro en 180º, ya que la historia que había tenido “El” con Antona, se estaba prácticamente repitiendo con “Ella”, pero con diferentes roles.
En la progresión dramática de la obra, se muestra la realidad de la pareja que no tienen comunicación entre ellos sí bien es cierto que hablan, los dos lo hacen al mismo tiempo sin escucharse. Cada uno tiene su monologo, cada uno habla de temas diferentes, cada uno para su lado, cada cual con lo suyo, en cada momento se nota una tensión. Y cuando logran establecer un tema de discusión, este se vuelve acalorado, ya que exponen sus puntos de vistas con el mayor rigor posible, pero siempre personificando los personajes que quieren representar. Los sucesos que van ocurriendo a medida que van discutiendo, este comportamiento es debido a que cada uno de ellos piensa que cumplen un rol que no les gusta cumplir. “Ella” en algunos momentos quisiera no cumplir el papel de la mujer protegida por el hombre, ni estar siempre pendiente de mantener una hermosura, le molesta. Por su parte “El” cree que perdió su individualidad al casarse lo cual representa fuertemente cuando pierde lo ultimo que considera como único de él: Su cepillo de dientes. Y la presentación de los sucesos son los que cambian las situaciones de los personajes, ya que por ejemplo una vez que “El” mata a su esposa, la historia da un vuelco explicito, ya que la misma esposa, se vuelve un ser nuevo, que es del agrado de su esposo, la cual considera su alma gemela. En definitiva los dos secesos centrales de la obra, modifican y desvelan el sentido básico de la pieza dramática.
En la obra predominan los sucesos verbales, ya que el tema central de la obra es la incomunicación de un matrimonio. Durante toda la obra es un “dime y te diré” entre los dos personajes, como es en el caso de cuando “El” discute con su esposa por que uso su cepillo de diente, o también cuando “Ella” recrimina a su esposo de cual es el mejor detergente, estas situaciones verbales que entregan antecedentes en la obra, y que acaban con sucesos escénicos que también de algún modo intervienen para que ocurran hechos trascendentales en la obra dramática.
La obra presenta el principio de progresión, ya que la obra cada vez va aumentando el grado de conflicto, en las discusiones que los dos personajes establecían, como por ejemplo, cuando a “El” se le perdió el cepillo de dientes, pregunto de forma no muy alterada, si lo había visto, y una vez que la esposa lo encontró y se dio cuenta de que lo había ocupado para limpiar el conflicto, se fue desatando paso a paso el aumento del conflicto hasta llegar un máximo grado de suceso. Esto también se demuestra cuando el matrimonio empieza a discutir sobre cual detergente es mejor. Y esta situación a medida que se iba desarrollando, iba aumentando la intensidad de la obra, llegando la intensidad dramática superior.
BIBLIOGRAFÍA
Díaz, Jorge: El velero en la botella-El cepillo de dientes, Santiago,
Editorial Universitaria, 1999
Jorge Díaz
(Valparaíso, 1930) Dramaturgo chileno. Vinculada en sus inicios al teatro del absurdo, su obra se ha orientado hacia la crítica social y la sátira de la realidad latinoamericana (El cepillo de dientes, 1961; El velero en la botella, 1962; Topografía de un desnudo, 1966; La pancarta, 1970; Mata a tu prójimo como a ti mismo, 1977; Un día es un día o los Sobrevivientes, 1978; Las cicatrices de la memoria, 1986). En 1991 estrenó Pablo Neruda viene volando.

Resumen Libro Cronicas de narnia "El sobrino del Mago

Resumen Libro Cronicas de narnia el sobrino del Mago
autor:C.S.Lewis
Esta historia da comienzo en Londres donde una niña llamada Polly Plummer conoce a Digory Kirke, (Un chico del campo que nunca había viajado a la ciudad pero se tuvo que mudar con su madre a la casa de su tía) cuando este lloraba por la enfermedad de su madre en el patio de la casa de su tía (vecina de Polly).
Debido a que ese verano en particular fue muy lluvioso y ninguno de los dos se iban a la playa aquel año se veían casi a diario, y puesto que los días eran muy fríos y lluviosos, tenían que realizar sus actividades en el interior. Hacia tiempo que Polly había descubierto un túnel en el que conectaba todas las casas por el desván. Digory se dedicaba a explorar la cueva, cuando un día se animaron a hacer una “excursión” hasta la casa “abandonada”, cuando llegan a esta deciden entrar y se encuentran con un desván cuando entran a este ven una habitación amueblada y descubren que sobre una mesa se encontraban unos anillos verdes y amarillos, el desván era el de el tío Andrés.
El tío Andrés les explica a los niños un experimento que había estado realizando durante los últimos años, en una bandeja tenía varios anillos de color verde y amarillo, antes de que Digory pueda hacer algo el tío Andrés le pasa un anillo amarillo a Polly y esta desaparece. El tío Andrés le explica a Digory que el anillo amarillo lo lleva a otro mundo, mientras que el verde lo trae de regreso, estos anillos funcionaban solo si alguien los tocaba con las manos desnudas, haciéndose posible el uso de guantes. Sin otra alternativa Digory toma dos anillos verdes y uno amarillo y va en busca de Polly.
Digory aparece en el Bosque entre los Mundos, un lugar pacifico lleno de árboles y estanques toda parecía en calma total. Al encontrar a Polly Los niños deciden explorar una poza, se ponen los anillos verdes y se lanzan. Digory y Polly aparecen en las ruinas de un mundo llamado Charn, el sol de este mundo era más grande y frío en comparación al nuestro. Digory y Polly encuentran un salón lleno de gente inmóvil, en el centro del salón había una campana y un pequeño martillo, en eso los niños tuvieron una discusión. Digory hace sonar la campana y una alta mujer despierta de su inmovilidad. Mientras la ciudad entera comienza a derrumbarse la mujer les explica o los niños que era la reina de ese mundo y su nombre era Jadis, debido a una antigua guerra acabo con la vida de todos los seres vivos del mundo mediante la palabra deplorable y se puso bajo los efectos de un hechizo para ser despertada cuando alguien la encuentre.
Al intentar escapar de ella los niños usan los anillos y la conducen al mundo de los niños, ella tenia planes de ser la reina y uso al tío Andrés (quien le temía y le respetaba). Cuando esta causo un gran alboroto en las calles los niños se la llevaron de vuelta al Bosque con intenciones de dejarla otra vez en Charn pero llegaron con ellos al bosque el tío Andrés, el cochero y el caballo (Fresón).
Todos entran a una poza donde caen en un lugar oscuro, ahí presencian la creación del mundo de Narnia. Jadis huye con planes malignos y Aslan, el león creador, pide ayuda a Digory. El niño debía conseguir un fruto mágico y llevarlo hacia Aslan para poder plantar un árbol al que Jadis no podría acercarse, de esa manera el mundo de Narnia y los animales que habitan en los alrededores del árbol estarían a salvo.
Digory acepta la aventura y se dirije al norte de narnia con Fresón (ahora Alado) y Polly en busca de la fruta. Digorycumple la misión, pero Jadis come uno de los frutos, de esta manera se vuelve más fuerte y huye. El cochero (ahora rey Frank) es nombrado rey de Narnia, y junto a su esposa (la reina Helen) cuidarían de Narnia.
Antes de irse, Aslan le da un fruto del árbol que habían plantado a Digory para que su madre pueda recuperarse de la enfermedad mortal. Al llegar a su verdadero mundo Digory le da el fruto a su madre quien se recupera lentamente. El niño entierra en su patio lo que queda de la manzana y los anillos para evitar futuros viajes a Narnia. De la manzana enterrada surge un árbol que años más tarde es derribado por un fuerte viento, Digory hace con su madera un ropero que será el conector entre su mundo y Narnia en el libro El león, la bruja y el ropero.

Resumen El Hombre que calculaba

Resumen El Hombre que calculaba
Autor:
Malba Tahan
• Estructura de la obra:
El Libro del hombre que calculaba consta de 34 capítulos en 187 paginas en las que se narra la historia del personaje principal Beremiz Samir quien es un calculador y gracias a sus habilidades matemáticas y su habilidad hacia los números le ayuda a ser conocido e importante ya que él podía hacer grandes operaciones matemáticas y observaciones acerca de un determinado problema con gran precisión y tener resultados exactos. Su habilidad matemática causo gran asombro en todo lugar en el que resolvía un problema matemático, dando un resultado positivo a las personas que tenían el problema y él tomando provecho de sus habilidad.
El Hombre que calculaba
Autor. Malba Tahan
Un hombre que iba camino a Bagdad se encuentra con un hombre que repetía constantemente el numero un millón cuatrocientos veinte tres mil setecientos cuarenta y cinco, el hombre intrigado preguntó él porque de la repetición de este numero y el hombre le comenzó a contar su historia que comenzó cuando trabajaba con un rebaño de ovejas y que mientras pastoreaba podía contar cada cosa que miraba en su camino y al ver este su habilidad para los números decidió dedicarse a ser un calculados. El nombre de este personaje era BEREMIZ SAMIR.
Beremiz tuvo numerosas aventuras como por ejemplo cuando viajaba se encontró con un grupo de hombres que discutían acerca de la repartición de la herencia que su padre había dejado pero eran 35 camellos entre tres personas y este calculo que era imposible Beremiz dejo satisfecho a los tres f}hombres. Otra vez mientras viajaba se encontró a los hombres mas ricos de Bagdad llamado Salem Nasair a quien le habían robado sus pertenencias y habían matado a sus esclavos y a quien Beremiz dio de comer durante todo el camino y al llegar a Bagdad encontraron a Ibrahim quien le dio dinero para que pagara a Beremiz pero Beremiz encontró un error en la repartición del dinero y rectifico la operación dejando impactados a todos, de esta misma manera resuelve el caso de un de un joyero que debía recibir cierta comisión por ventas. Entre sus aventuras Beremiz se encuentra nuevamente con Salem Nasair y ambos comentan con sus amigos las diversas formas geométricas que podemos encontrar en las cosas.
Acudieron un día unos hombres a quienes se les tenia que pagar para poder salvar un hostal pero al momento de realizar las reparticiones de los bienes que le correspondían a cada una de las personas la operación era ilógica, pero Beremiz ayudo a resolver este problema dejando impactados a los dueños del Hostal.
Cada Una de las hazañas de Beremiz nos muestran que todo lo que hacemos tiene solución, lo único es que debemos poner un poco mas de atención a las cosas que tenemos a nuestro alrededor, para pode resolver nuestro problemas de una manera correcta.
El Hombre que calculaba
Autor. Malba Tahan
Capitulo X al XX
Beremiz inicia a impartirle clases de matemáticas y aritmética a Telasir, y le explica que las matemáticas son la base de todas las ciencias en el palacio de Iezid.
Al salir del palacio de Iezid Beremiz le presta gran atención a una cuerda con la que jugaban unos niños y decide examinar los lados y formas de la cuerda.
Luego de examinar la cuerda examina las paredes del palacio y los versos que en este se encontraban esculpidos en el y dice que “ toda persona calcula no importando a que se dedique, puede ser un pintor,, un calculador Etc.,” y al ser elogiado por sus amigos este asocia el significado de la amistad con el concepto de los números amigos, que son aquellos que están ligados por un vinculo como por ejemplo su divisibilidad, y el mensaje que da es: El encanto de la vida depende únicamente de las buenas amistades que cultivamos.
En ese mismo palacio luego de tratar el tema de la interpretación de los versos escritos en las paredes, al salón en donde se encontraba Beremiz entraron unas bailarinas gemelas, a las cuales Beremiz les contó los paletones de sus faldas, entonces hicieron que dejaran de bailar para poder comprobar que Beremiz decía lo correcto, y así fue, y uno de los invitados de la reunión quiso hacer quedar mal a Beremiz diciendo que solamente perdía su tiempo, por que lo que hacia era absurdo, entonces Beremiz le explicó el verdadero significado de las matemáticas diciéndole que las matemáticas tenían como objetivo resolver los problemas, calcular áreas, medir volúmenes, y otras finalidades mas elevadas.
Beremiz descubre el misterio de el cuadro mágico buscándole nuevas soluciones y no quedándose conforme con la solución original, y basándose del cuadro mágico le comenta a sus amigos la historia del ajedrez que se trataba acerca de un rey que en la guerra de su país matan a su hijo y quedando desconsolado, un habitante del pueblo le regala un juego con el cual puede desquitarse y consolarse a la vez, el rey encantado con los resultados del juego le ruega que le pida lo que quiera que el se lo dará entonces el habitante del pueblo le pidió un grano de trigo por la primera casilla del ajedrez dos para la segunda, cuatro para la tercera, ocho para la cuarta y así doblando sucesivamente hasta la sexagésima y ultima casilla del tablero, el rey impactado por su extraña petición le pidió a un calculador que le interpretara la petición y este le dijo que quería decir que lo que el deseaba era una montaña rellena de trigo diez veces mas alta que los montes Himalayas, el rey molesto por semejante petición lo convencido de que pidiera otra cosa m{as sencilla, entonces el habitante del pueblo le respondió que infeliz es aquel que toma sobre sus hombros el compromiso de una deuda cuya magnitud no puede valorar con la tabla de calculo de sus propia inteligencia, esto quiere decir que uno muchas veces al querer exagerar las cosas no mide la magnitud de las cosas que uno dice.
Un día Beremiz fue a un café en donde había un hombre que se dedicaba a relatar historias y al reconocer a Beremiz el calculador decidió ponerlo a prueba poniéndole un problema matemático que penso que no lo iba a poder resolver, entonces Beremiz con su gran inteligencia procedió a la resolución del problema donde la respuesta de Beremiz era verídica, de esa manera dejó imputadas a las personas del café que le daban numerosos elogios por gran inteligencia, entonces Beremiz humildemente les contesto: Que una persona es loca cuando se considera sabio y realmente es ignorante, y aconteció a relatarles la historia de una hormiga que de una montaña de azúcar tomo un granito y al llegar a su hormiguero dijo que era un montaña de azúcar, esto se aplica a que uno muchas veces nos apoderamos de insignificantes pedazos de cosas.
Unos egipcios reconocieron a Beremiz e intentaron nuevamente hacerlo quedar mal preguntándole acerca de los descubrimientos de la matemática hindú, pero Beremiz le contesto que uno de los aportes de la matemática hindú lo podían encontrar en una obra llamada Suba-sutra que contenía numerosas enseñanzas matemáticas, y una de las explicaciones que les dio fue que un triángulo rectángulo podemos hallar dos catetos y una hipotenusa y sobre estos encontramos un cuadrado exacto que al operar su área dan la medida de la figura.
La segunda clase de matemática de Talesir se trato acerca de los diferentes sistemas de numeración como lo era el sistema quinario que era cuando las unidades se agrupaban de cinco en cinco, otro de los sistemas fue el romano en donde los números estaban representados por las letras como la L era cincuenta, C era Cien, d era quinientos y M Mil.


El Hombre que calculaba
Autor. Malba Tahan
Capitulo XXI al XXXV
En la prisión de Korassan sucedió una gran tragedia, se incendió la cárcel y los prisioneros sufrieron mucho en ese momoento y los encargados de la cárcel decidieron disminuir las sentencias de los presos a la mitad de los años que vivieran, pero eso iba a ser muy difícil, porque ellos no sabían cuanto iba a vivir cada uno de los presos; entonces llamaron a Beremiz para que pudiera resolver este problema y lo resolvió por medio de una ecuación.
El príncipe Clusir visitó la ciudad de Bagdad para poder conocer a Beremiz y poder comprobar su inteligencia, Beremiz lo atendió con bastante entusiasmo y orgullo. El prícipe le dió el caso de las perlas que un señpr le había heredado a sus hijas y le pidió a Beremiz que resolviera el misterio de cómo había repartido las perlas.
Luego un hombre llamado Tara-Tir buscaba a Beremiz para jugarle una celada, Beremiz no se daba cuenta de lo que le quería hacer, y del peligro que corría, hasta que le comentaron y comenzó a preocuparse por el daño que le podían hacer.
Beremiz fue citado nuevamente en el palacio para platicar con algunos sabios, pero su temor le daba inseguridad, uno de los sabios lo probó haciéndole una pregunta que no era de matemáticas, sino de cultura general y Beremiz la contestó correcta. Otro sabio le preguntó que quién había sido el geometra que se suicidó al mirar al cielo, y Beremiz les dijo que había sido Eratóstenes y les contó la historia. Luego Beremiz les narra una historia del un Chacal y un Tigre que se querían repartir tres bocados de comida, explicándoles que había dividido los tres bocados entre los dos animales y la historia fue aprobada por los sabios.
Después otra de las historias comentadas por Beremiz fue la de la princesa Dahizé y sus tres prometidos de los cúales debía escoger al más inteligente. La manera era haciéndoles diversas pruebas de lógica las cuáles se las explicó Beremiz, y también fue aprobada. Uno de los sabios con los que comentaba problemas de lógica y matemáticas le dijo que les explicara un problema que se trataba de ocho perlas de las cuales una de estas era más pesada que las
demás; Beremiz haciendo un razonamiento lógicao halló la respuesta correcta y los sabios lo halagaron con un bello poema.
Los sabios le ofrecieron oro y plata para recompensar la sabiduría del calculador pero él no quiso esa oferta, sino el quería casarse con Telassim, la hija del jeque Iezid. Entonces le ofrecieron mejor a dos esclavas, porque no le podían dar a Telassim, pero las esclavas eran mentirosas y para probarlo Beremiz le pregunta a una de ellas el color de sus ojos y mintió, al preguntarle a la otra también mintió; pero Beremiz con un razonamiento adivinó el color de los ojos de las esclavas.
El jeque Iezid muere en un combate contra los Mongoles. La ciudad de Bagdad es destruida y ahora sólo quedan ruinas. Beremiz se casa con Telassim y se entera que Telassim es cristiana; Beremiz decide dejar las creencias de Mahoma y decide seguir a Cristo con su esposa e hijos

La carta robada Edgard Allan Poe

La carta robada
Edgard Allan Poe
En 18... me encontraba en París. Después de una sombría y tempestuosa tarde de otoño, gozaba de la doble voluptuosidad de la meditación y de una soberbia pipa de espuma de mar, en compañia de mi amigo C. Auguste Dupin, en su pequeña biblioteca o gabinete de lectura, en el 33 de la calle Dunôt, en el tercer piso, arrabal de Saint-Germain. Durante más de una hora, habíamos guardado un profundo silencio, y sí se hubiera presentado un observador, nos hubiera creído profunda y exclusivamente ocupados en mirar las rizadas espirales de humo que se desarrollaban en la atmósfera de la habitación. Por mí parte, discutía conmigo mismo ciertos puntos que durante la primera parte de la velada habían sido el objeto de nuestra conversación, es decir, del crimen de la calle Morgue y del misterio referente al asesinato de Marie Rogêt. Pensaba yo en la extraña semejanza que existía entre ambos crímenes cuando la puerta de nuestra habitación se abrió dando paso a nuestro antiguo conocido el señor G..., prefecto de la policía de París.
Le saludamos cordialmente porque aquel hombre tenía su lado divertido, así cómo su lado malo, y no le habíamos vuelto a ver desde hacía varios años. Como estábamos casi a oscuras, Dupin se levantó para encender una lámpara; pero volvió a sentarse y no dijo nada al oír decir a G... que había venido para consultarnos, o más bien para pedir la opinión de mi amigo acerca de un asunto que le traía muy preocupado.
-Sí es un caso que pide reflexión -observó Dupin sin encender la luz-, lo examinaremos mejor en las tinieblas.
-He aquí una idea extravagante -dijo el prefecto-, que tenía la manía de llamar extravagancias a todas las cosas colocadas más allá de su comprensión, viviendo así en medio de una inmensa legión de extravagancias.
-¡Es verdad! -dijo Dupin presentando una pipa a su visitante y empujando hacia él una excelente butaca.
-Y ahora ¿quiere usted explicarnos la trama de ese asunto tan dificultoso? -preguntó-. ¿Supongo que no se tratará de un nuevo asesinato?
-¡Oh! No, nada de eso. El asunto es muy sencillo, y no dudo de que nosotros mismos podríamos salir del apuro; pero he pensado que a Dupin no le disgustaría saber los detalles de este asunto, precisamente porque es extraño en alto grado.
-Sencillo y extraño -dijo Dupin.
-Eso es; pero no obstante, esta expresión no es exacta, y si a usted le parece puede elegir una de ambas. El hecho es que el tal asunto nos trae revueltos y sin tino, pues a pesar de su sencillez nos tiene totalmente desorientados.
-Tal vez la misma sencillez del asunto los desoriente -dijo mi amigo.
-¡Qué contrasentido! -respondió el prefecto rompiendo a reír.
-Puede ser que el misterio sea demasiado claro -dijo Dupin.
-¡Dios mio! ¿quién ha oído hablar de esta manera?
-¡Demasiado evidente!
-¡Ja! ¡ja! ¡ja! ¡ja! -rió nuestro visitante que sin duda se divertía mucho-. ¡Oh! querido Dupin, me va usted a matar de risa.
-En fin -preguntó-, ¿de qué se trata?
-Yo se lo diré -respondió el prefecto lanzando una gran bocanada de humo y arrellanándose en la butaca-. Se lo diré en pocas palabras; pero antes de comenzar permítame que le advierta que es un asunto que pide el mayor secreto y que probablemente perdería yo el puesto que ocupo si se llegara a saber que lo había confiado a alguien.
-Comience -dije.
-O no comience -dijo Dupin.
-Está bien, comienzo. En un elevadísimo lugar, me han informado personalmente de que un documento de la mayor importancia había sido sustraído de las habitaciones regias. Se sabe quién es el individuo que lo ha robado, eso está fuera de duda, pues le han visto robarlo. También podemos que ese documento continúa en su posesión.
-¿Cómo sabe eso? -preguntó Dupin.
-Ha sido claramente deducido de la naturaleza del documento y de la no aparición de ciertos resultados que se producirían inmediatamente si el papel saliera de las manos del ladrón; en otros términos: si fuera empleado para conseguir el objeto que este último evidentemente debe proponerse.
-¿Quiere usted ser un poco más explícito? -dije.
-Bueno, diré que ese papel confiere a su poseedor cierto poder en un lugar en donde cualquier influencia es extraordinaria.
Como se ve, el prefecto gustaba de las habilidades y perífrasis diplomáticas.
-Continúo sin comprender nada -dijo Dupin.
-¿No? Bueno, este documento, revelado a una tercera persona, cuyo nombre callaré, pondría en gran compromiso a una persona de la más elevada posición; y he aquí lo que da al poseedor de ese documento un ascendiente sobre la ilustre persona cuyo honor y seguridad se hallan de esta manera en peligro.
-Pero ese ascendiente -interrumpí- depende de que el ladrón sepa que la persona robada le conozca ¿Quién se atrevería...?
-El ladrón -dijo G...- es D..., que se atreve a todo, lo que es indigno de un hombre, pero muy digno de él. El procedimiento seguido en el robo ha sido tan ingenioso como atrevido. El documento en cuestión, una carta, para ser franco, la ha recibido la persona robada mientras se hallaba en su gabinete real. Mientras la leía, fue repentinamente interrumpido por la entrada de otro personaje a quien particularmente deseaba ocultar aquella misiva. Después de haber tratado inútilmente de guardarla en un cajón, se vio obligado a dejarla abierta en la mesa. No obstante, puso la carta vuelta, con las señas en la parte superior y, de esta manera, el contenido estaba oculto y no llamó la atención. En este momento, llegó el ministro D... Sus ojos de lince, inmediatamente vieron el papel, reconocieron la letra de la dirección y al advertir la embarazosa situación en que se encontraba la persona a quien había sido dirigida, adivinó su secreto.
Después de haber tratado algunos asuntos, despachados más que aprisa, según su manera habitual, sacó de su bolsillo una carta parecida a la ya citada, la abrió, fingió leerla, y la colocó precisamente al lado de la otra. Durante un cuarto de hora, se puso nuevamente a hablar de los asuntos públicos. Al cabo de un rato pidió permiso para retirarse, y puso mano en la carta comprometedora a la cual no tenía derecho alguno. La persona robada la vio, pero, como es natural, no se atrevió a llamar la atención acerca de este hecho, por la presencia del tercer personaje de que les he hablado. El ministro se marchó dejando en la mesa su propia carta, una carta sin importancia.
-Así -dijo Dupin volviéndose a medias hacia mí-, he aquí precisamente el caso pedido para hacer que el ascendiente sea completo; el ladrón sabe que la persona robada conoce a quien le ha robado.
-Sí -respondió el prefecto-, desde hace algunos meses se ha aprovechado perfectamente del imperio conquistado por esta estratagema, con un fin político, y hasta un punto muy peligroso. La persona robada, cada día está más convencida de la necesidad de recuperar la carta. Mas, naturalmente, no puede hacerlo de una manera descarada. En fin, en último extremo, esa persona me ha encargado el asunto.
-No es posible, supongo -dijo Dupin que estaba rodeado de una aureola de humo-, escoger, ni aún imaginar un agente más sagaz.
-Usted me adula -respondió el prefecto-; pero es posible que tenga de mí tal opinión.
-Está claro -dije-, que, como usted ha observado, la carta continúa entre las manos del ministro, puesto que es el hecho de la posesión y no el del uso el que crea el imperio sobre el robado. Con el uso, este ascendiente desaparecería.
-Es verdad -dijo G...-, y guiado por esta convicción he seguido las investigaciones. Mi primer cuidado fue el de hacer una minuciosa inspección en el hotel del ministro; y mi principal dificultad fue el hacerlo sin que él lo supiera. Sobre todo, estaba en guardia contra el peligro que hubiera habido dándole un motivo para que sospechara de nuestras intenciones.
-Pero -dije- usted está completamente en su papel en esa especie de investigaciones. La policía parisiense ha hecho tales cosas más de una vez.
-¡Oh! sin duda; y por eso es por lo que tengo muchas esperanzas. Por otra parte, las costumbres del ministro me proporcionan grandes ventajas. Frecuentemente duerme fuera, y aunque sus criados son numerosos, como duermen a cierta distancia de las habitaciones de su amo, y son napolitanos antes que todo, se dejan embriagar de buena voluntad. Como usted sabe, poseo llaves con las que puedo abrir todas las alcobas y gabinetes de París. Durante tres meses, no he pasado una sola noche que no las haya empleado, por lo menos en gran parte, en inspeccionar personalmente el hotel de A... Mi honor está interesado en ello, y para que lo sepa usted todo, le diré que la recompensa es enorme. Así, pues, no he abandonado esas investigaciones hasta que me he convencido de que el ladrón es más sagaz que yo. Creo haber registrado todos los rincones en donde es posible ocultar un papel.
-¿Pero no es posible -insinué- que aunque la carta esté en poder del ministro la haya ocultado fuera de su casa?
-Eso no es posible -dijo Dupin-. La particular situación de los asuntos de la corte, y especialmente la naturaleza de la intriga de la que el señor D... se ha enterado, hacen que el documento se deba tener al alcance de la mano, para emplearlo inmediatamente. Este punto es tan importante como la posesión del documento.
-¿La posibilidad de enseñarlo? -dije.
-O sí usted lo prefiere, de destruirlo -agregó Dupin.
-Es verdad -observé-. Evidentemente, el papel se encuentra en el hotel. En cuanto al caso de que el ministro lo lleve sobre sí mismo, lo consideramos como un absurdo.
-Absolutamente -dijo el prefecto-. Dos veces le he hecho detener por falsos ladrones, y su persona ha sido escrupulosamente registrada bajo mis propios ojos.
-Debía usted haberse ahorrado ese trabajo. Según presumo, el señor D..., no es un loco, y ha debido prever alguna treta semejante.
-No es un loco declarado -dijo G...-, pero no obstante, es poeta, lo que creo no está muy lejos de la locura.
-Esto es verdad -dijo Dupin después de haber lanzado una gran bocanada de humo de su pipa de ámbar-, y lo digo a pesar de que yo mismo soy autor de cierta rapsodia.
-Veamos -dije-, cuéntenos los detalles precisos de sus investigaciones.
-El hecho es que hemos perdido el tiempo y que hemos buscado por todas partes. Tengo gran experiencia en esta clase de asuntos, y en el presente hemos registrado habitación por habitación; y cada uno de mis hombres ha consagrado a este descubrimiento las noches de una semana. Primeramente hemos examinado los muebles de cada cuarto. Hemos abierto todos los cajones y presumo que usted no ignora que, para un agente de policía bien adiestrado, un cajón secreto no existe en realidad. Todo hombre que, en una investigación de este género permite que uno de esos escondites escape a su penetración, es un bruto. ¡La tarea es tan fácil! En cada habitación hay una cierta cantidad de volúmenes y de superficie de la que podemos darnos cuenta. Para eso poseemos reglas exactas. La quinta parte de una línea no puede escapar. Después de las habitaciones, hemos inspeccionado los asientos. Los cojines han sido sondeados con largas y finas agujas que usted me ha visto emplear. También hemos levantado los tableros de las mesas.
-¿Y por qué?
-Algunas veces, los tableros de una mesa o de otro mueble análogo, se levantan por una persona que desea ocultar algo para lo cual se hace un agujero en la pata de la mesa; el objeto se deposita en la cavidad y se reemplaza la parte superior. El mismo procedimiento se sigue con los tableros de una cama.
-¿Pero no se podía adivinar la cavidad golpeando hasta que sonara a hueco? -pregunté.
-No, señor, pues al depositar el objeto se ha tenido el cuidado de rodearlo de una espesa capa de algodón, y no se advierte nada. Pero además, en nuestro caso, estábamos obligados a proceder sin hacer ruido.
-Pero ustedes no han podido deshacer, no han podido desmontar todas las piezas de un mobiliario en el que se haya podido ocultar un depósito de la manera que le he dicho. Una carta puede ser arrollada en espiral muy delgada, de modo que por su forma y su volumen se pareciese a una aguja de hacer punto, y de esta manera podía haberse introducido en el pie de una silla, por ejemplo. ¿Han desmontado ustedes todas las sillas?
-No, pero hemos hecho algo mejor que eso, hemos examinado los pies de las sillas y las junturas de todos los muebles, con ayuda de un poderoso microscopio. Si hubiera habido la menor huella de un cambio reciente, indudablemente lo hubiéramos descubierto en seguida. El más imperceptible grano de serrín producido por una barrena, por ejemplo, se nos hubiera presentado a los ojos como una manzana. La menor alteración en la cola, una simple abertura de las junturas nos hubiese bastado para revelarnos el escondite.
-Presumo que ha examinado usted los espejos, y que ha inspeccionado las camas, las colchas de los lechos, los cortinones y las alfombras.
-Naturalmente, y cuando hemos pasado revista a todos esos objetos, hemos examinado la misma casa. Hemos reconocido la totalidad de la superficie dividiéndola en partes que hemos numerado para estar seguros de no haber omitido ninguna, y cada pulgada cuadrada, se ha sometido a un nuevo examen microscópico, llegando hasta examinar las dos casas adyacentes.
-¡Las dos casas vecinas! -exclamé-. ¡Vaya un trabajo que se han tomado!
-¡Tiene usted razón! Pero repito que la recompensa ofrecida es enorme.
-¿Es que han examinado ustedes el suelo?
-El suelo está embaldosado y, relativamente, no nos ha dado gran trabajo. Al examinar la argamasa que une las baldosas hemos podido convencernos de que estaba intacta.
-Sin duda, ustedes habrán inspeccionado los papeles del señor D... y los libros de su biblioteca.
-Naturalmente, hemos abierto todos los paquetes y todos los libros, y no nos hemos conformado con sacudirlos simplemente como hacen algunos policías, sino que los hemos repasado hoja por hoja. También hemos medido el espesor de cada pasta, con la más exacta minuciosidad y hemos aplicado a cada una la penetrante curiosidad del microscopio. Si recientemente hubieran introducido algún papel en esas pastas, el hecho no hubiera escapado a nuestra observación. Cinco o seis volúmenes que acababan de salir de manos del encuadernador han sido concienzudamente sondeados longitudinalmente con las agujas.
-¿Han explorado ustedes los suelos, bajo las alfombras? -Sí. hemos levantado las alfombras y hemos examinado el suelo con el microscopio.
-¿Y los papeles de la pared?
-También.
-¿Han visitado los sótanos?
-Los hemos visitado.
-Entonces -dije- se han equivocado de camino, y la carta no está en el hotel, como ustedes suponían.
-Temo que tenga usted razón -dijo el prefecto-. Y ahora, Dupin, ¿qué me aconseja usted que haga?
-Una completa investigación.
-¡Eso es absolutamente inútil -respondió G... La carta no está en el hotel.
-No puedo darle otro consejo mejor -dijo Dupin. ¿Sin duda no sabe usted la forma, letra y demás detalles necesarios para reconocer esa carta?
-¡Oh! ¡Si!
Al pronunciar estas palabras, el prefecto sacó una agenda y se puso a leer en voz alta la minuciosa descripción del documento perdido, de su aspecto interior y especialmente de su aspecto externo. Poco después de haber terminado la lectura de esta descripción, este hombre se despidió de nosotros desanimado como nunca le había visto.
Cosa de un mes después, el prefecto nos hizo una segunda visita, encontrándonos ocupados de la misma manera. Cogió una pipa y un asiento y nos habló de diferentes asuntos. Después de un rato, le dije:
-¡Y bien! querido prefecto, ¿dónde está la carta robada? Presumo que por fin se ha resignado a comprender lo dificilísimo que es vencer al ministro.
-¡Que el diablo se lo lleve! A pesar de todo volví a comenzar las pesquisas, como me aconsejó Dupin; pero, como presumía, ha sido trabajo perdido.
-¿A cuánto se eleva la recompensa ofrecida? ¿Usted me había dicho...?
-Es... muy elevada... una recompensa verdaderamente magnífica, mas no quiero decirle a cuánto asciende; pero me comprometería a pagar cincuenta mil francos a quien pudiera encontrarme esa carta. El hecho es que el asunto es cada vez más urgente, y que la recompensa hace poco tiempo ha sido doblada; pero aunque dieran tres veces más que al principio no podría tener más celo que el desplegado en la actualidad.
-Sí... ya lo creo -dijo Dupin arrastrando sus palabras en medio de las bocanadas de humo-, verdaderamente lo creo. Me parece, sin embargo, que no ha hecho usted todo lo posible... que no ha tocado el fondo de la cuestión. Usted podría hacer... un poco más, por lo menos así se me figura, ¿eh?
-¿Cómo? ¿En qué sentido?
-¡Ah!... -una bocanada de humo- usted podría -bocanada tras bocanada- tomar consejo para este asunto ¿eh? -tres bocanadas de humo-. ¿Recuerda usted la historia que cuentan a cerca de Abernethy!
-¡No, que el diablo se lleve a Abernethy!
-¡Que se lo lleve y buen viaje! Cierta vez, un rico muy avaro concibió el deseo de obtener gratuitamente de Abernethy una consulta médica. Con este objeto, entabló con él, en medio de varias personas. una conversación corriente a través de la cual insinuó al médico su propio caso, como si fuera el de un enfermo hipotético.
-Supongamos dijo el avaro- que los síntomas son tales y cuales, ¿qué le aconsejaría usted?
-Pues... Le aconsejaría que... fuera a mi consulta.
-Pero -dijo el prefecto un poco desconcertado- estoy dispuesto a oírle y a pagar por eso. Si alguien me saca de este apuro, sin duda alguna recibiría cincuenta mil francos.
-En ese caso -respondió Dupin abriendo un cajón y sacando un libro de cheques-, puede usted hacerme un bono por la suma mencionada. Cuando lo haya firmado le entregaré la carta.
Me quedé estupefacto, y en cuanto al prefecto parecía aterrado. Durante algunos minutos se quedó mudo e inmóvil, mirando a mi amigo con la boca entreabierta, con aire incrédulo y con los ojos fuera de las órbitas.
En fin, después de un momento, volvió a adquirir parte de su sangre fría, cogió una pluma y después de algunas vacilaciones, con la mirada atónita y casi sin expresión, firmó el cheque de cincuenta mil francos y se lo alargó a Dupin por encima de la mesa. Este último lo examinó cuidadosamente y lo guardó en su cartera y después abrió un pupitre, sacó una carta y se la dió al prefecto. El funcionario la cogió con alegría, la abrió con mano temblorosa, lanzó una mirada sobre su contenido y, sin más ceremonias, se precipító hacia la puerta y desapareció sin haber pronunciado una sílaba desde el momento en que Dupin le rogó que firmara el cheque.
Cuando el prefecto hubo desaparecido, mi amigo me dio algunas explicaciones.
-La policía parisiense -dijo- es excesivamente hábil en su oficio. Sus agentes son perseverantes, ingeniosos, sagaces y poseen a fondo los conocimientos que requieren sus especiales funciones. Así, cuando G... nos detalló de qué modo habían inspeccionado el hotel de D..., tenía una entera confianza en sus talentos y estaba seguro de que habían hecho una investigación concienzuda, en el círculo de su especialidad.
-¿En el circulo de su especialidad? -dije.
-Si -contestó Dupin-; las medidas adoptadas no sólo eran las mejores en su especie, sino que fueron ejecutadas con absoluta perfección. Sí la carta hubiera estado en el radio de sus investigaciones la habrían encontrado.
Rompí a reír; pero Dupin parecía decir eso en serio.
-Así, pues, las medidas adoptadas eran buenas -contínuó- y fueron admirablemente ejecutadas, pero tenían el defecto de ser inaplicables en el presente caso y a tal hombre. Para el prefecto existe un orden de medios singularmente ingeniosos que aplica en todos los casos y a los que adapta todos sus planes. Desgraciadamente, siempre yerra por demasiada profundidad o por demasiada ligereza en los casos en que no caen bajo el dominio de sus sentidos, y más de un escolar razonaría mejor que él.
»He conocido a un niño de ocho años cuya infalibilidad al juego de pares y nones producía general admiración. Este juego es sencillo y se suele jugar con bolitas de cristal o de piedra. Uno de los jugadores tiene en su mano cierto número de bolitas, y pregunta al otro ¿pares o nones? Sí este último adivina, gana una bolita, pero si se equivoca la pierde. El niño de que hablo ganaba todas las bolas de la escuela. Naturalmente, poseía un medio de adivinación fundado en la simple observación, en el conocimiento de la agudeza de su adversario. Supongamos que su adversario sea un tonto completo, y levantando su cerrada mano, le pregunta ¿pares o nones? Nuestro escolar responde: nones, y ha perdido. En la segunda prueba, gana, porque se dice a sí mismo: el tonto había puesto pares la primera vez y toda su sagacidad no irá más lejos de poner impares en la segunda, pues con decir nones ganará.
»Ahora, con un adversario menos estúpido, hubiera razonado de esta manera: este chico ve que, en el primer caso, he dicho impares y, en el segundo, se preguntará, es la primera idea que se le ocurrirá, sí sólo debe hacer una pequeña variación como lo ha hecho el primer escolar; pero una segunda reflexión le hará ver que el cambio es demasiado sencillo, y finalmente, se decidirá a poner pares como la primera vez. Diré pares, lo dice y gana. Ahora, ese modo de razonar de nuestro escolar a lo cual sus compañeros llamaban suerte, en último término, ¿qué es?
-Es -dije- una identificación de las ideas del razonador con las de su adversario.
-Eso es -dijo Dupin-; y cuando pregunté a ese jovencito por qué medios alcanzaba esa perfecta identificación¿ que le hacia ganar siempre, me respondió de esta insólita manera: «Cuando quiero saber hasta qué punto una persona cualquiera es sagaz o estúpida, hasta qué punto es buena o mala, y cuáles son sus pensamientos, doy a mi rostro la misma expresión que el de la persona que observo, esperando los pensamientos que puedan nacer en su espíritu o en mi corazón para armonizarse con la expresión de mi fisonomía.»
-Esta respuesta deja reducida a la más mínima expresión la profundidad sofística atribuida a La Rochefoucauld, a La Bruyére, a Maquiavelo y a Campanella.
-Y la identificación de ideas del razonador con su adversario depende, lo comprendo perfectamente, de la exactitud con que es apreciado el intelecto de su adversario.
-Para el valor práctico, el efecto es la condición -con tinuó Dupin-, y sí el prefecto y sus subordinados se equivocan tan frecuentemente, se debe a esa falta de identificación, y en segundo lugar, a una apreciación inexacta, o más bien a una falta de apreciación de la inteligencia de su adversario. Esas personas sólo ven sus ideas ingeniosas; y, cuando buscan alguna cosa oculta, sólo piensan en los medios de que ellos se hubieran valido para hacerlo. Los policías tienen una razón en creer que su propio ingenio es una fiel representación del de la multitud; pero cuando se encuentran con un malhechor particular cuya agudeza difiere en especie de la suya, como es natural, este malhechor los envuelve.
»Esto ocurre siempre cuando su astucia es mayor que la de sus adversarios, y sucede también frecuentemente aun cuando sea inferior. Estos personajes no varían sus métodos de investigación, y tanto más, cuando están incitados por algún caso extraordinario o por alguna recompensa poco común, exageran y extreman sus viejas rutinas; pero sin cambiar los principios.
»En el caso de D..., por ejemplo ¿qué han hecho para cambiar su sistema? ¿Qué significan todas esas perforaciones, esas pesquisas, esos sondeos, el examen al microscopio y la división de la superficie en pulgadas cuadradas y numeradas, qué es todo eso sino la exageración en la práctica de uno de esos principios o de varios principios de investigación basados en un orden de ideas relativos al ingenio humano, y a los que se ha acostumbrado el prefecto en la larga rutina de sus funciones?
»No ve usted que el prefecto considera como cosa demostrada que todos los hombres que desean ocultar una carta se sirven, si no precisamente de un agujero hecho a barrena en la pata de una silla, por lo menos de algún agujero, de algún rincón extraño del que han sacado la invención, el mismo registro de ideas que el agujero hecho con la barrena?
»También se dará usted cuenta fácilmente de que esos escondites tan originales sólo se emplean en los casos corrientes y que no son adoptados sino por las inteligencias ordinarias, porque en todos los casos en que hay objetos ocultos, esta alambicada manera de ocultar los objetos ocultos, es, en principio presumible y presumida; así, el descubrimiento no depende de las peripecias, sino simplemente del cuidado, de la paciencia y de la resolución de los investigadores. Ahora bien, cuando el caso es importante, o lo que es lo mismo a los ojos de la policía, cuando la recompensa es considerable, se ve fracasar todas esas buenas cualidades. Ahora comprenderá lo que quería decir al afirmar que si la carta robada había sido ocultada en el radio de las pesquisas de nuestro prefecto, en otros términos, si el principio inspirador del escondite había sido comprendido en los principios del prefecto, infaliblemente éste lo hubiera descubierto. Este funcionamiento completamente burlado; y la causa primera y original de su fracaso, reposa en la suposición de que el ministro era un loco, porque se ha hecho reputación de poeta. Todos los locos son poetas, se dijo el prefecto, que sólo es culpable de una falsa distribución del término medio del silogismo, deduciendo de ello que todos los poetas son locos.
-¿Es realmente poeta el ministro? Sé que son dos hermanos, y ambos han conquistado una reputación como escritores. Según creo, el ministro ha escrito un libro muy notable acerca del cálculo diferencial e integral. Así pues, es matemático y no poeta.
-Se equivoca, le conozco muy bien y sé que es poeta y matemático. Como poeta y matemático ha debido razonar justo, como simple matemático hubiera razonado mal y hubiera caído en las redes del prefecto.
-Esa opinión -dije- me deja asombrado, y es desmentida por el mundo entero. Supongo que no tendrá la intención de reducir a la nada la idea madurada por varíos siglos. Desde hace mucho tiempo, la razón matemática es considerada como la razón por excelencia.
-Se puede apostar -dijo Dupin citando a Chamfort-, que toda idea pública, que toda convención admitida, es una tontería, porque ha sido adoptada por el mayor número.
Los matemáticos, se lo concedo, han hecho todo lo posible para propagar el error popular de que usted ha hablado y que, aunque haya sido difundido como verdad, no deja de ser un perfecto error. Por ejemplo, con un arte digno de mejor causa, nos han acostumbrado a aplicar la palabra análisis a las operaciones algebraicas. Los franceses son los primeros culpables de esta trampa científica; pero, si se reconoce que los términos del lenguaje tienen una importancia real, si las palabras fundan su valor en la aplicación ¡oh! entonces concedo que análisis signifique álgebra, como generalmente en latín ambitus significa ambición; religio, significa religión; homines honesii, gente honrada.
-Veo -dije- que va usted a disputar con gran número de matemáticos de París.
-Me doy cuenta del valor y de los resultados de una razón cultivada por una procedimiento especial que no sea la lógica abstracta, y compruebo particularmente el razonamiento sacado del estudio de las matemáticas. Las matemáticas son la ciencia de las formas y de las cantidades y el razonamiento matemático no es otra cosa que la simple lógica aplicada a la forma y a la cantidad. El gran error consiste en suponer que las verdades que llaman puramente algebraicas son verdades abstractas o generales. Este error es tan grande que me asombra la unanimidad con que se acoge. Los axiomas matemáticos no son axiomas de una verdad general. Lo que es verdad en lo que se refiere a la forma o a la cantidad, frecuentemente es un craso error cuando se refiere, por ejemplo, a la moral. En esta última ciencia es absolutamente falso que la suma de las fracciones sea igual al todo. De la misma manera, en química, el axioma no es justo. En la apreciación de una fuerza motriz tampoco es cierto, porque dos motores, cada uno de una potencia dada no tienen, cuando están asociados, una potencia igual a la suma de las potencias tomadas separadamente. Hay una multitud de verdades matemáticas que sólo son verdades en los limites de relación. Mas los matemáticos argumentan incorregiblemente según esas verdades finitas, como sí fueran de una aplicación general y absoluta, valor que por otra parte le atribuye el mundo. Bryant, en su muy notable Mitología, cita una fuente análoga de errores, cuando dice que, aunque nadie crea en las fábulas del paganismo, no obstante, nosotros mismos lo olvidamos de tal manera, que algunas veces sacamos deducciones de ello, como si fueran realidades vivas. Por otra parte, entre nuestros matemáticos, que son paganos, hay ciertas fábulas paganas a las que dan fe, y de las que han sacado consecuencias, no por una falta, sino por una incomprensible turbación del cerebro. Ahora bien, nunca he encontrado un matemático puro en quien se haya podido tener confianza fuera de sus raíces y de sus ecuaciones; no he conocido uno solo que ocultamente no tenga como artículo de fe que x2 + px no sea igual a q. Como experiencia, digale a uno de esos señores, si eso le entretiene, que usted cree en la posibilidad de casos en que x2 + px no sea absolutamente igual a q, y cuando usted le haya hecho comprender lo que desea, póngase fuera de su alcance, y lo más pronto posible, porque, sin duda alguna, tratará de romperle algo.
-Esto quiere decir -contínuó Dupin mientras yo trataba de contenerme para no romper a reír de las últimas observaciones de mi amigo-, que si el ministro no hubiera sido más que un matemático, el prefecto no hubiera tenido necesidad de firmar este cheque. Le conozco como matemático y como poeta y había tomado mis medidas en razón de su capacidad, y teniendo en cuenta las circunstancias en que se hallaba colocado. También sabía que era un diplomático y un decidido intrigante. Reflexionando llegué a deducir que un hombre de tales condiciones debía estar al corriente de los procedimientos policíacos. Evidentemente, debía haber previsto y los acontecimientos lo prueban, los lazos que le habían sido preparados y las pesquisas secretas en su hotel. Estas frecuentes ausencias nocturnas, que nuestro buen prefecto había saludado como un auxilio positivo de su futuro éxito, yo las consideré como añagazas, para facilitar las investigaciones de la policía y para persuadirla más fácilmente de que la carta no estaba en el hotel. También comprendí que toda la serie de ideas referentes a los principios invariables de la acción policiaca en las pesquisas, ideas que le he explicado hace un momento, no sin trabajo, también comprendí, vuelvo a repetir, que toda esa serie de ideas habían debido aparecerse necesariamente en el espíritu del ministro.
Por eso éste necesariamente desdeñaría todos los escondrijos vulgares. Este hombre no podía dudar de que el más complicado escondrijo, el más profundo escondite de su hotel, estaría tan poco secreto como una antecámara o como un armario para los ojos, las sondas, las barrenas y los microscopios del prefecto. En fin, vi claramente que debía haber buscado un procedimiento sencillo. Sin duda alguna, ya recordará usted con qué carcajadas acogió el prefecto la idea que le expuse en nuestra primera entrevista; es decir, la de que sí el misterio le embrollaba tanto, debía ser por su extremada sencillez.
-Si -dije- recuerdo perfectamente su hilaridad. En cierto momento creí que iba a darle un ataque de nervios.
-El mundo material -continuó Dupin- está lleno de analogías exactas con el inmaterial, y esto es lo que da un color de verdad a ese dogma de la retórica, que dice que una metáfora o una comparación pueden fortificar un argumento, lo mismo que embellecer una descripción.
El principio de la fuerza de inercia, por ejemplo, parece idéntico en las dos naturalezas, física y metafísica; un cuerpo grande se pone en movimiento con más dificultad que uno pequeño, y la cantidad de movimiento está en razón directa de esta dificultad; he aquí algo que es tan positivo como esta proposición análoga: los intelectos de gran capacidad, que al mismo tiempo son más impetuosos, más constantes y más accidentados en sus movimientos que los de un grado inferior, son aquellos que se mueven con más dificultad, y los que más vacilan cuando se ponen en marcha. Otro ejemplo:. ¿Ha observado usted las muestras de tienda que más llaman la atención?
-Jamás he pensado en eso -respondí.
-Existe un juego de adivinación -continuó Dupin- para el que nos valemos de un mapa. Uno de los jugadores ruega a una de las personas presentes, que adivine una palabra dada, un nombre de población, de río, de estado o de imperio, en fin, cualquier palabra comprendida en el abigarrado y dificultoso mapa. Generalmente, la persona novata en esta clase de juego, trata de despistar a su adversario dándole para adivinar nombres escritos en letras imperceptibles; pero los que sobresalen en este juego escogen palabras impresas en grandes letras que se extienden de un extremo a otro del mapa. Estas palabras, como los rótulos y carteles de enormes letras, escapan al observador por su excesiva evidencia; y aquí el olvido material es pre cisamente análogo a la inatención moral de un espíritu que deja escapar las consideraciones demasiado palpables, evidentes hasta la vulgaridad y hasta la importunidad. Mas, según parece, éste es un caso que se encuentra por encima o por debajo de la inteligencia del prefecto. Este último nunca ha creído posible que el ministro hubiera colocado la carta delante de sus narices, para mejor ocultarla.
»Cuanto más reflexionaba, tanto más audaz y brillante me parecía el ingenio de D..., pues, de esta manera tenía el documento al alcance de su mano para hacer inmediata mente USO de él, y para mostrar de una manera decisiva al prefecto que el documento no estaba oculto en los límites de una pesquisa ordinaria y en regla, pues yo estaba convencido de que este personaje había recurrido al procedimiento más ingenioso y más sencillo, es decir, a la no ocultación de la carta.
»Convencído de esto, y poniendo ante mis ojos unas gafas verdes, cierta mañana me presenté en casa del ministro, como por casualidad. Como había supuesto, encontré al señor D..., bostezando, perezoso y pretendiendo estar abrumado por un supremo aburrimiento. El señor D... es uno de los hombres más enérgicos de hoy día, pero únicamente cuando está seguro de no ser visto por nadie.
»Para estar a su altura, me quejé de la debilidad de mis ojos y de la necesidad de llevar gafas; pero a través de estas gafas inspeccionaba cuidadosa y minuciosamente toda la habitación, haciendo como sí prestara gran atención a las palabras del ministro.
»En lo que más me fijé fue en una gran mesa de despacho al lado de la cual estaba sentado y sobre la que había mezcladas, en extraña confusión, varias cartas y algunos otros papeles, también uno o dos instrumentos de música y varios libros. Después de un largo examen hecho con todo el tiempo necesario, no vi nada que pudiera excitar particularmente mis sospechas.
»A la larga, mis ojos, mirando alrededor de la habitación, cayeron sobre un miserable tarjetero adornado de oropel y colgado con una cinta azul grasienta de un clavito colocado encima de la chimenea. Este tarjetero, que tenía tres o cuatro divisiones, encerraba cinco o seis tarjetas y una sola carta. Esta última estaba muy sucia y arrugada y casi partida en dos, por en medio, como sí primeramente se hubiera tenido la intención de desgarrarla completamente, como se hace con un objeto sin valor, y luego se hubiese cambiado de idea. Esta carta ostentaba un ancho sello negro con las iniciales de D... puestas muy en evidencia y estaba dirigida al mismo ministro. Las señas parecían escritas por mano de mujer, con letra muy pequeña. Según parecía, la carta había sido depositada desdeñosamente en una de las divisiones del tarjetero.
»Apenas lancé una mirada sobre esa carta, cuando inmediatamente deduje que era la que buscaba. Evidentemente era ella, por su aspecto, absolutamente diferente del que me había indicado el prefecto. En éste, el sello era ancho y negro, en la otra, pequeño y encarnado, con las armas ducales de la familia S... Aquí las señas eran de una escritura menuda y femenina; en la otra, la dirección llevaba el nombre de un personaje real, y era una escritura decidida y caracterizada; las dos cartas no se parecían más que en un punto: en las dimensiones. Pero el carácter excesivo de estas diferencias, fundamentales en suma, la suciedad, el deplorable estado del papel arrugado y desgarrado, en contradicción con las verdaderas costumbres de D..., tan metódicas y que denunciaban la intención de un documento sin valor; todo eso, agregado a la situación del documento puesto ante los ojos de todos los visitantes, y concordando exactamente con mis deducciones anteriores, todo eso, digo, parecía corroborar mis sospechas.
Prolongué mí visita todo el tiempo que me fue posible y, mientras sostenía una discusión muy viva con el ministro acerca de un punto muy interesante para este personaje, me fijaba en la citada carta. Mientras hacía este examen, reflexioné acerca de su aspecto externo y de la manera cómo había sido colocada en el tarjetero, llegando a hacer un descubrimiento que destruyó la pequeña duda que podía quedarme. Analizando los bordes del papel, observé que estaban más estropeados que en una carta ordinaria; es decir, que se echaba de ver que había sido trabajada. La epístola presentaba el aspecto de un papel muy grueso que hubiese sido plegado y arrugado por una plegadora y que había sido doblado en el sentído inverso; pero siguiendo los mismos pliegues de su forma primitiva. Este descubrimiento me bastó. Desde entonces no tuve duda alguna de que la carta había sido vuelta como un guante, plegada de nuevo y sellada una segunda vez. Sin más observaciones, pedí permiso para retirarme, teniendo cuidado de dejarme olvidada sobre la mesa del despacho una tabaquera de oro.
A la mañana siguiente, fui a buscar mi tabaquera y volvimos a emprender, con gran animación, la conversación de la víspera. Mientras discutíamos se oyó bajo las mismas ventanas del hotel una fuerte detonación, como de un tiro, seguida por los gritos y las vociferaciones de una multitud aterrada. El señor D... se precipitó hacía el balcón, lo abrió y miró a la calle. Al mismo tiempo me fui derecho al tarjetero, cogí la carta, la metí en mi bolsillo y la reemplacé por otra, una especie de facsímil (en cuanto al exterior), que había preparado minuciosamente en mi casa, imitando las iniciales del señor D... con ayuda de un sello de miga de pan.
El tumulto en la calles había sido producido por el insensato capricho de un hombre armado con una escopeta y que había descargado su arma en medio de una multitud de mujeres y niños. Ahora bien, como el arma no estaba cargada con bala, tomaron a este individuo por un loco o por un borracho y le permitieron que continuara su camino. Cuando se marchó, el señor D... se retiró del balcón a donde le había seguido en cuanto me apoderé de la preciosa epístola. Pocos momentos después le díje adios. El pretendido loco era un hombre pagado por mí.
-Pero, ¿qué se proponía usted hacer, pregunté a mi amigo, reemplazando la carta con otra falsificada? ¿Por qué no se apoderó usted de ella en su primera visita sin otras precauciones?
-El señor D... -respondió Dupin-, es capaz de todo, y además, es un hombre fornido. Por otra parte, tiene en su hotel servidores completamente entregados a su causa. Sí hubiera puesto en práctica la extravagante tentativa de que me ha hablado usted, no hubiera salido vivo de su casa y el buen pueblo de París no hubiera vuelto a oir hablar de mi persona. Ahora bien, aparte de esas consideraciones, tenía un objeto particular. Ya conoce usted mis simpatías políticas, y en este asunto he procedido como un partidario de la dama en cuestión, que desde hace dieciocho meses estaba en poder del ministro; pero ahora han cambiado los papeles, y como ignora que la carta ha desaparecido de su casa, querrá continuar imponiéndose. Es casi seguro que del primer golpe consume su ruina política. Su caída será tan precipitada como ridícula. Se habla bastante descuidadamente del facilis descensus Averni; pero en asunto de subidas, se puede decir lo que la Catalina decía del canto: es más fácil subir que bajar. El señor D... es el verdadero monstrum horrendum, un hombre de genio sin principios. No obstante, le confieso que no me disgustaría conocer sus pensamientos cuando, desafiado por el personaje que el prefecto llamaba una cierta persona, se vea obligado a abrir la carta que he dejado para él en su tarjetero.
-¡Cómo! ¿Ha escrito usted algo en la falsa epístola?
-¡Naturalmente! No me ha parecido conveniente dejar el interior de la carta en blanco. Eso me hubiera parecido un insulto. Cierta vez, en Viena, el señor D... me jugó una mala pasada y le dije con la sonrisa en los labios que se acordaría de ello. Así, pues, como estaba seguro de que sentiría cierta curiosidad por saber quién era la persona que le había cambiado la carta, pensé que verdaderamente sería lastimoso el no dejarle algún indicio. El ministro conoce muy bien los rasgos de mí letra, y en medio de la epístola he copiado estos versos:

El corazón delator
Es cierto, si, que soy un hombre nervioso, terriblemente nervioso, lo he sido desde siempre; pero, ¿por qué pensais que estoy loco? La enfermedad ha afilado mis sentidos, no los ha destruido ni los ha embotado. Más que los restantes, tenía el sentido del oído muy fino. He oído todas las cosas del cielo y de la tierra. He oído muchas cosas del infiemo. ¿Cómo, pues, puedo estar loco? ¡Cuidado! Y observad con qué salud con qué calma puedo narrar toda esta historia.
Me es imposible decir cómo entró la idea primitivamente en mi cerebro: pero, una vez concebida, me preocupó día y noche. Motivo no lo había. La pasión no entraba en ello para nada. Yo amaba al buen viejo. No me había causado nunca daño. No me había insultado jamás. No tenía ninguna envidia de su dinero. ¡Yo creo que era su ojo! ¡Sí, eso era! Uno de sus ojos parecía el de un buitre, un ojo azul pálido, con una nube. Cada vez que ese ojo me miraba, se me helaba la sangre; y así, lentamente, me metí en la cabeza arrancarle la vida al viejo y librarme de ese modo de aquel maldito ojo para siempre.
¡Sí, pero ahí está el quid de la cuestión! Ustedes me creen loco. Los locos no saben nada de nada. ¡Pero si me hubiesen visto! ¡Si hubiesen visto con qué prudencia procedía!, ¡con qué precaución!, ¡con qué previsión!, ¡con qué disimulo empecé a trabajar! Nunca fui tan querido por el viejo como durante la semana que precedió a su muerte. Y cada noche, hacia las doce, daba vuelta al pestillo de su puerta, y la abría -¡oh, pero tan suavemente!...-. Y, entonces, cuando la había entreabierto lo bastante para mi cabeza, introducía una lintema sorda. cerrada, bien cerrada, que no dejara filtrar ninguna luz; y pasaba mi cabeza. ¡Oh, se hubiesen reído al ver con qué destreza la pasaba! La movía lentamente -muy lentamente-. procurando no turbar el sueño del anciano. Necesitaba una hora para introducir toda mi cabeza a través de la abertura hacia dentro para verle acostado en su cama. ¿Ah, un loco hubiese sido tan prudente? Y entonces, cuando mi cabeza estaba en la habitación, abría con precaución la linterna porque la bisagra chirriaba. La abría justo lo bastante para que un hilo imperceptible de luz cayera sobre el ojo del buitre. Y eso lo hice durante siete largas noches -cada noche, a las doce en punto-; pero siempre en contré el ojo cerrado; y por eso me fue imposible cumplir mi tarea; porque no era el anciano lo que me vejaba sino su Maldito ojo. Y cada día, cuando amanecía, entraba audazmente en su habitación, le hablaba confiadamente, llamándole por su nombre, en un tono cordial e informándome de cómo había pasado la noche. Así, pues, ya ven ustedes que hubiese sido un anciano muy raro si hubiese sospechado que cada día, a la medianoche en punto, yo le miraba mientras dormía.
Al llegar la octava noche, abrí la puerta con más precaución todavía. La minutera de mi reloj giraba más aprisa que se movía mi mano. Jamás, antes de aquella noche, había sentido toda la extensión de mis facultades, de mi sagacidad. Podía apenas contener mis sensaciones de triunfo. ¡Pensar que yo estaba allí, abriendo la puerta, poco a poco, y que él ni siquiera soñaba en mis acciones o en mis pensamientos secretos! Pensando en eso, dejé escapar una risita; que quizá oyó; porque súbitamente se movió en su cama, como si se despertara.
Acaso, ustedes, creerán que entonces me marché. Pues no. La habitación estaba tan oscura como un túnel, tan densas eran las tinieblas -porque los postigos estaban cuidadosamente cerrados, por miedo a los ladrones-, y sabiendo que no podía ver la puerta entornada, yo seguía abriéndola más, cada vez mas. Había asomado mi cabeza, y estaba a punto de encender la linterna, cuando mi pulgar resbaló en el cierre de hojalata, y cl viejo se incorporó en su cama. gritando: «¿Quién va?» Me quedé completamente inmóvil y no dije nada. Durante una hora entera, no moví ni un músculo, y durante todo ese rato no oí que se volviera a acostar. Permanecía sentado, escuchando; lo mismo que yo había hecho durante noches enteras, escuchando la carcoma de la pared.
Mas he aquí que oi un gemido débil..., y reconocí que era el gemido de un terror mortal. No era un gemido de dolor o de pena, era el ruido sordo y apagado que se eleva del fondo de un alma sobrecargada de pavor. Conocía bien ese ruido. Muchos días, a medianoche, mientras todo dormía, había brotado de mi propio seno, ahondando con su terrible eco los terrores que me torturaban.
Sabía perfectamente lo que experimentaba el anciano, y tenía compasión de él, aunque tuviese la risa en el corazón. Sabía que se había quedado despierto después del primer ruido, cuando se había movido en la cama. Su temor se había acrecentado. Trataba de persuadirse de que no obedecía a causa alguna; pero no lo había logrado. Se había dicho a si mismo:
«No es nada; el viento en la chimenea; un ratón que corría por el suelo; o, simplemente, un grillo que ha lanzado su chirrido».
Sí, trató de darse ánimos con esas hipótesis; pero todo fue en vano. Todo fue en vano porque la Muerte que venía había pasado ante él con su gran sombra negra y había envuelto con ella a su víctima. Y era la influencia fúnebre de la inadvertida sombra la que le hacia sentir -aunque no viese ni oyese nada- la presencia de mi cabeza en la habitación.
¡Tras un largo rato, muy pacientemente, sin oir que volviera a acostarse, me decidí a entreabrir un poco la linterna, pero tan poco, tan poco como casi nada. La abrí, pues -furtivamente, tan furtivamente, que no se lo pueden imaginar-, hasta que, por fin, un solo rayo de luz. pálido, como un hilo de araña, brotó de la rendija y se abatió sobre el ojo de buitre. Estaba abierto -abierto del todo- y entré en furor así que lo hube mirado. Lo vi con perfecta claridad, enteramente de un azul descolorido y recubierto por un velo horroroso que heló hasta la médula de mis huesos; mas no podía ver sino eso de la cara o de la persona del anciano; porque yo había dirigido la luz, como por instinto, precisamente al lugar maldito.
Y entonces, ¿no les he dicho que lo que tomaban por locura no era sino un aguzamiento de los sentidos? Entonces, digo, un ruido sordo, apagado, frecuente, llegó a mis oidos, parecido al que hace un reloj envuelto en algodones. A ese sonido también lo reconocí. Era la palpitación del corazón del anciano. Acrecentó mi furor, como el redoble del tambor exalta el valor del soldado.
Pero me contuve todavía, y permanecí quieto. Me apliqué en mantener el rayo de luz directamente sobre el ojo. Al mismo tiempo, la carga infernal del corazón batía más fuerte; se hacía más precipitada, y, a cada instante, más ruidosa. ¡El terror del anciano debía ser extremado! Ese latido, digo, se hacía más y más fuerte por momentos. ¿Me siguen ustedes bien? Ya he dicho que era nervioso; lo soy, en efecto. Y entonces, en el pleno centro de la noche, en el terrible silencio de aquella vieja casa, un ruido tan extraño me hizo experimentar un terror irresistible. Durante algunos minutos más me contuve, permanecí quieto. ¡Pero el latido se hacía cada vez más fuerte, siempre más fuerte! Creía que aquel corazón iba a reventar.
Y he aquí que otra nueva angustia se apoderó de mí: ¡El ruido podía oírlo un vecino! ¡Había llegado la hora del anciano!
Con un agudo grito, abrí bruscamente la lintema y me metí dentro de la habitación. Él no profirió sino un grito, uno solo. En un instante le precipité al suelo, y volqué sobre él todo el peso aplastante de la cama. Entonces sonrei satisfecho, viendo mi tarea muy adelantada. Pero durante algunos minutos, el corazón latía con un sonido velado. Ello no me preocupó; no se le podía oir a través de la pared. Al rato, cesó. El viejo había muerto. Levanté la cama y examiné el cuerpo. Si, estaba rígido, con la rigidez propia de la muerte. Puse mi mano sobre su corazón, y la mantuve así varios minutos. Ninguna pulsación. Estaba rígido. Su ojo, ya nunca me atormentaría.
Si persisten en creerme loco, esa creencia se desvanecerá cuando describa las prudentes precauciones que empleé para deshacerme del cadáver. Avanzaba la noche, y yo trabajaba vivamente, pero en silencio. Corté la cabeza, luego los brazos, luego las piernas. Después arranqué tres losas del suelo de la habitación y lo deposité todo entre las sillas. Luego volví a colocar las losas tan diestramente, que ningún ojo humano -¡ni el suyo¡- hubiese podido descubrir nada sospechoso. No había nada que lavar -ni una sola mancha-, ni una mancha de sangre. Había tomado bien mis precauciones. Una gruesa bayeta lo había absorbido todo. Cuando hube terminado todo ese trabajo eran las cuatro y estaba tan oscuro como a medianoche. Fue en ese momento cuando llamaron a la puerta de la calle. Bajé para abrir, con el corazón alegre porque, ¿qué tenía que temer?
Entraron tres hombres que se presentaron, con perfecta educación, como oficiales de policía. Un vecino había oído un grito durante la noche que despertó sus sospechas de algo malo; había hecho una denuncia a la policía, y esos oficiales fueron enviados para comprobarla. Yo sonreí, porque, ¿qué tenía que temer?
-El grito que se ha oído dije- lo di yo soñando. El anciano -añadí- está de viaje.
Paseé a mis visitantes por toda la casa. Les invité a buscar, a que buscaran bien. Por fin, les conduje a su habitación. Les enseñé sus tesoros, perfectamente guardados y en orden. Con el entusiasmo de mi confianza, señalé las sillas de la habitación y les rogué que descansaran de su trabajo, mientras yo, con la audacia de un triunfo perfecto, instalé mi propia silla en el mismo lugar que sepultaba el cuerpo de la víctima.
Los policías estaban satisfechos. Mi tranquilidad les había convencido. Me sentía contento. Se sentaron, y me hablaron de temas familiares a los que respondí serenamente. ¡ Al cabo de poco rato, sentí que me tornaba pálido, y deseé que se fueran. La cabeza me dolía, y me parecía que mis oídos campanilleaban. El campanilleo se hizo más perceptible. Persistió, y se hizo más perceptible aún; charlé con más énfasis para liberarme de aquella sensación; pero ésta se mantuvo y tomó un carácter absolutamente decidido, tanto, que, finalmente. descubrí que el ruido no procedía precisamente de mis oídos.
Sin duda. debí palidecer bruscamente: pero seguía hablando normalmente y levantando la voz.
El sonido seguía aumentando: y, ¿qué podía hacer? Era un ruido sordo, apagado, frecuente, muy parecido al que haría un reloj envuelto en algodón. Yo respiraba trabajosamente. Los policías no oían todavía. Hablé más aprisa -con más vehemencia-; pero el ruido crecía incesantemente.
Me levanté y discutí acerca de tonterías, en un tono de voz muy elevado; pero el miedo crecía, seguía creciendo...
¿Por qué no querían marcharse? Anduve de un lado a otro pesadamente y con grandes pasos, como exasperado por las observaciones de mis contradictores; pero el ruido crecía regularmente. ¡Dios mío! ¿Qué hacer?
Moví la silla en la que me había sentado y produje con ella ruidos; pero el otro ruido seguía dominando, y crecía indefinidamente. ¡Se hacía más fuerte!, ¡más fuerte!, ¡cada vez más fuerte! Y los hombres seguían hablando, bromeando y sonriendo.
¿Pero era posible que no lo oyeran? ¡Dios del cielo! ¡No, no!
¡Escuchaban! -¡sospechaban!-. Sabían, ¡se divertían con mi terror! Así lo creí lo creo aún. ¡Pero cualquier cosa hubiese sido más tolerable que aquello! ¡No podía soportar aquellas sonrisas hipócritas! ¡Sentía que era necesario gritar o morir! Y aún ahora, ¿lo oyen?, ¡más!, ¡más alto!, ¡cada vez más alto!, ¡cada vez más alto!
-¡Miserables! -exclamé-. ¡No sigan disimulando! ¡Voy a confesar! ¡Levanten esas losas! ¡Aquí! ¡Aquí está! ¡Es el latido de su horripilante corazón!